El pasado mes de Septiembre fallecía Juan Antón Dulín a la temprana edad de 60 años. Juan fue durante años farmacéutico de Alpuente y vecino de la villa. Cuando le conocí ya llevaba más de diez años en el pueblo como farmacéutico. Juan era una persona abierta, espontánea, alegre, ingeniosa. Conectaba fácilmente con las personas y siempre estaba dispuesto a escuchar y ayudarnos. Aquí pudo disfrutar de todo lo que él amaba, la naturaleza, sus perros, los espacios abiertos, la montaña, la bicicleta, la caza, una cierta soledad e independencia que le permitía reflexionar y contemplar su vida como a cámara lenta. Atrás quedaba el estrés de la ciudad, los horarios, las visitas a profesionales, los objetivos a cumplir, el exigente mundo de la venta. Su única ambición era vivir cada día con felicidad y paz interior compartiéndolo con su familia y sus amigos. La casa de Juan y la Farmacia se encontraban por aquellos años junto a la Iglesia en un callejón estrecho orientado a Norte donde en invierno soplaba un viento frío e insoportable. Y allí en su casa compartimos barbacoas, cenas, tertulias sobre todo lo divino y humano e hicimos hogueras por Santa Lucía en el antiguo solar de la Casa del cura.
Fue socio fundador de la peña ciclista Dinobikers y presidente hasta que supo de su grave enfermedad. Participó en múltiples pruebas ciclistas del Circuito de la Serranía, como “amateur” y en la “quebrantahuesos”, una de las pruebas más exigentes junto con la “Matahombres”, en la que también participó.
A Juan le encantaba la naturaleza y la agricultura y los vecinos de Alpuente estaban acostumbrados a ver a su farmacéutico, en sus momentos libres, con un mono azul en los huertos de la villa, plantando patatas, arrancando hierbas o quemando rastrojos.
Comenzaba 2018 y hacía tan solo seis meses había realizado la “quebrantahuesos”, una prueba ciclista durísima solo apta para gente muy entrenada, cuando se le diagnosticó su grave enfermedad. ¿Quién le iba a decir que la peor etapa de su vida estaba todavía por venir?
Los últimos meses fueron duros y dolorosos. Desde el primer instante supo a lo que se enfrentaba y luchó con un coraje y un valor inquebrantable propio de deportistas acostumbrados al sufrimiento. Las semanas y los días transcurrieron repletos de dolor, sin apenas esperanza, solo apoyado por Salomé, sus hijos y su familia que le veían sufrir y convertirse en una sombra de lo que fue.
Querido Juan yo sé que tú no creías en Dios y dudabas sobre la existencia de un más allá, pero yo sí creo, así que estoy convencido de que ahora después de tu calvario estás en un hermoso lugar rodeado de montañas y lagos de aguas turquesas. Ve recorriendo las rutas para que cuando yo llegue disponga de un guía experto. Los días compartidos y tu recuerdo aliviará nuestra pena por tu ausencia.