IV Concurso de fotografía digital de la ACAA de Alpuente 2014

La Asociación Cultural Amigos de Alpuente convoca por cuarto año consecutivo un concurso de fotografía digital en el que pueden participar todos los autores que lo deseen.

BASES DE IV CONCURSO DE FOTOGRAFÍA DIGITAL DE LA ACAA DE ALPUENTE 2014:

PRIMERA: Podrán participar todas las personas que lo desean, que sean mayores de edad y de cualquier nacionalidad.

SEGUNDA: La temática del concurso será «ARTESANALMENTE» y versará sobre labores y oficios realizados de manera artesana, imprimiéndoles un sello personal.

TERCERA: La ACAA destinará una cuantía total de 350 euros en premios: Primer Premio 200 euros; Segundo Premio 100 euros; Tercer premio 50 euros.

CUARTA: Con las fotografías seleccionadas se realizará una exposición pública en Alpuente, informando debidamente a los participandes de fecha, hora y lugar, a través de la web de la asociación.

QUINTA: Cada participante deberá presentar un mínimo de 2 fotografías y un máximo de 3, en formato JPG, con medidas de 15×20 cm o viceversa. La resolución de cada fotografía será de un máximo de 300 ppp para ser reproducida e impresa. La realización de la fotografía debe ser posterior a agosto de 2013. Las fotografías se presentarán únicamente en color. Quedan excluidos los montajes fotográficos. En caso de enviar en el mismo correo varias fotografías de distintos autores, indicarlo claramente.

SEXTA: El jurado será designado por la ACAA, formado por personas expertas en el mundo del arte y la cultura, presididas por el presidente de la ACAA o persona en quien delegue, no pudiendo participar los miembros de dicha junta. El Fallo del jurado será inapelable.

SÉPTIMA: Las obras deben remitirse al correo concursoscaa@gmail.com. La fecha límite de entrega de las fotografías será el 30 DE Junio de 2014. Se debe indicar nombre, apellidos, DNI, teléfono del participante y título de la fotografía.

OCTAVA: La Asociación Cultural Amigos de Alpuente se reserva el derecho de difusión de los trabajos presentados. Por el hecho de participar en este concurso, el autor se compromete a no reivindicar los derechos por las reproducciones de las obras. Las fotografías premiadas pasarán a ser propiedad de la ACAA, con todos los derechos inherentes a esta condición.

NOVENA: El hecho de participar implica la aceptación de estas bases.

DÉCIMA: Con una selección de las fotografías presentadas, la ACCA confeccionará y editará, si la junta lo considera oportuno, un calendario del año 2015.

Conflictos

Le dijo el corazón al cerebro:

“déjame amarlo”.

Y el cerebro contestó:

“déjame pensarlo”.

El corazón replicó:

“si lo piensas no le amaré”.

Y el cerebro terminó:

“si no lo pienso le amarás,

y si le amas moriré”.

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Microrrelato: «Suspiro»

Del latín suspirum. Aspiración fuerte y prolongada seguida de una espiración, acompañada a veces de un gemido y que suele denotar pena, ansia o deseo.

Eso es lo único que consigo articular cada vez que mi mirada se posa en su figura.

Ni una sola palabra. Ningún gesto que atraiga su atención. Nada.

Sólo un suspiro…

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Finalista del  I Concurso de microrrelatos románticos “Porciones del alma”

Forma parte de la antología “Porciones del alma”

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Mitos del deporte: el azúcar y las agujetas

Con motivo del último trail celebrado en Alpuente, me ha surgido la inquietud o necesidad de tratar este tema. ¿Quién no ha tomado alguna vez un vaso de agua con azúcar antes de hacer deporte para paliar el malestar generado por las agujetas? ¿Quién no ha oído alguna vez que esta práctica era beneficiosa para evitarlas? Pues bien, de eso os hablaré.

Para empezar, quiero decir que todo lo que a continuación voy a exponer son conjeturas o hipótesis mías, surgidas a partir de mi experiencia como deportista y mis conocimientos como biólogo. Con esto quiero justificar el hecho de que no he contrastado el tema; tan sólo lo he comentado en alguna ocasión con amigos deportistas y/o amigos biólogos, llegando en algunas ocasiones a conclusiones muy similares.

Empecemos con un poco de biología (no os asustéis, voy a intentar ser lo más simple posible). El azúcar es utilizado por los animales, y por tanto, por los humanos, para generar energía que nos permita hacer cosas, en el caso que estamos tratando, correr, por ejemplo. El azúcar se obtiene de nuestra dieta, mediante los alimentos que ingerimos. Nuestro organismo tiene dos formas de obtener energía del azúcar: la respiración aerobia y la fermentación láctica.

En la respiración aerobia (por favor, no confundir con la acción de inhalar y exhalar aire a través de la nariz o la boca para llenar y vaciar nuestros pulmones, eso es otra cosa, aunque están muy relacionadas) se utiliza el azúcar en presencia de oxígeno para producir energía, obteniéndose como residuos, dióxido de carbono y agua. Voy a intentar poner un ejemplo cotidiano para aclarar este hecho: cuando cocinamos en casa, utilizamos energía en forma de fuego y calor para calentar los alimentos; el gas butano (o gas propano) actuaría como el azúcar en nuestro organismo; este gas prende (genera energía) cuando lo ponemos en presencia de aire (oxígeno) y le aplicamos una pequeña chispa; en este caso, también se genera dióxido de carbono y agua (en forma de vapor) como residuos de esta reacción, aunque no los veamos. En realidad, el proceso de respiración aerobia es bastante más complicado, con muchas reacciones químicas intermedias (y muchos científicos dirán que es un error comparar ambas cosas), pero sirva lo expuesto como un símil de lo que ocurre. En la fermentación láctica se utiliza el azúcar para producir energía, obteniéndose como residuos, dióxido de carbono y ácido láctico, pero no es necesario el oxígeno; de hecho, no se hace uso de él. Normalmente utilizamos la respiración aerobia y sólo en determinadas ocasiones se produce la fermentación.

Y diréis: ¡Pues vaya! Si en la fermentación no se utiliza el oxígeno, ¿por qué no realizarla siempre? Así nos ahorraríamos tener que respirar (inhalar y exhalar aire) para obtener oxígeno. Eso es verdad, pero la fermentación conlleva unos problemas para nuestro organismo que hacen que no sea recomendable utilizarla siempre. El primero de ellos es que para la misma cantidad de azúcar se obtiene menos energía con la fermentación que con la respiración aerobia. Otro ejemplo cotidiano: para realizar un viaje en coche, necesitamos muchos más litros de gasolina para recorrer una distancia dada con nuestro coche de gasolina, que si utilizáramos un coche igual pero que funcionara con diésel; en este caso, se utiliza la gasolina o el diésel para generar energía (movimiento del coche), pero la cantidad de combustible empleado dependerá del tipo de combustible que utilice nuestro coche. El segundo problema radica en la producción de ácido láctico como residuo. El ácido láctico es perjudicial para la supervivencia de nuestras células; sin entrar en materia, podría deteriorarlas hasta un punto en que dejasen de funcionar. La solución que ha aportado la naturaleza es cristalizar (volver sólido) ese ácido láctico para convertirlo en inofensivo. El verdadero problema está aquí, en la formación de estos cristales; porque lo que se forman son cristales reales, con sus puntas y filos, que se clavan en nuestras fibras musculares y producen el característico dolor.

Bien, ahora paso a explicar por qué creo que no es necesario el aporte de azúcar antes de hacer deporte. Como habréis podido deducir, en ambos casos se utiliza azúcar. Por lo tanto, no es un problema de falta de la misma, sino otra cuestión lo que hace que nos aparezcan las agujetas. Nuestro organismo está preparado para unas funciones cotidianas, dependiendo de nuestras actividades diarias. Si variamos esas actividades, se producen desajustes en nuestro metabolismo. Cuando aumentamos nuestra actividad física (pasamos a hacer ejercicio de forma continuada después de un periodo prolongado de inactividad) nuestro organismo se satura. En este caso es la respiración aerobia la que se satura (es necesario aportar muchas más energía de la que es capaz de producir), y es entonces cuando entra en funcionamiento la fermentación láctica. La respiración aerobia tiene dos formas de saturarse: la primera de ellas es porque no recibe suficiente oxígeno para que se lleve a cabo; la segunda es porque se satura en sí mismo el mecanismo de funcionamiento de la respiración aerobia.

Paso a explicar otro concepto, el de las proteínas, porque es necesario para entender los dos puntos anteriores. Las proteínas son orgánulos subcelulares (como pequeños soldaditos) que realizan cosas dentro y fuera de las células. Por ejemplo: unas dan elasticidad, otras dan rigidez, aportan color, transportan sustancias, dan forma, construyen canales de comunicación, producen movimiento, y un sin fin más.

El oxígeno es transportado desde los pulmones a los músculos a través de la sangre, dentro de unas células llamadas glóbulos rojos. Para ser más exactos, es la hemoglobina (una proteína) la que transporta el oxígeno, y ésta se encuentra en cantidades ingentes en el interior de los glóbulos rojos. Una vez el oxígeno llega a los músculos, éste es liberado. Dentro de las células musculares es la mioglobina (otra proteína muy parecida a la hemoglobina, de hecho una hemoglobina está compuesta por cuatro formas muy similares a la mioglobina) la encargada de transportar y almacenar el oxígeno. Si nuestras células musculares tienen pocas mioglobinas podrán transportar y almacenar poco oxígeno. Las mioglobinas son las encargadas de aportar el oxígeno necesario a la cadena de reacciones químicas que forman la respiración aerobia. Si este aporte se interrumpe, la respiración aerobia no puede continuar y es entonces cuando entra en acción la fermentación láctica.

La cadena de reacciones químicas que ocurre en la respiración aerobia también está controlada por una serie de proteínas que se encargan de su buen funcionamiento. Si hay pocas proteínas de éstas, no se podrá producir mucha respiración aerobia, entrando en funcionamiento, de nuevo, la fermentación láctica.

Como habéis visto, no es un problema de falta de azúcar, sino de aporte de oxígeno y/o saturación de la respiración aerobia. Entonces, ¿cómo se pueden evitar las agujetas? Pues, lamentablemente, de ninguna forma; las agujetas hay que pasarlas. Si continuamos haciendo ejercicio, nuestro cuerpo se acostumbrará a la nueva situación y generará más proteínas que las que habían antes. El ácido láctico producido en las sesiones de entrenamiento iniciales será eliminado de nuestro organismo a través de la orina y el sudor, y el dolor desaparecerá. Si volvemos a incrementar de forma drástica nuestra actividad física, las agujetas volverán a aparecer, y hasta que nuestro organismo no vuelva a acostumbrarse a la nueva situación, no desaparecerán.

No obstante, sí existe alguna práctica aconsejable para paliar los síntomas de las agujetas: una buena sesión de estiramientos antes y después del ejercicio ayudan, además de que es bueno para evitar lesiones. Pero por “buena sesión” quiero decir eso, emplear tiempo en este menester, no simplemente estirar dos veces cada músculo.

En cuanto al aporte de azúcar antes de hacer ejercicio, no es del todo desaconsejable, pero siempre dependiendo de las condiciones. Si lo que queremos es adelgazar, no es la mejor forma de hacerlo, porque lo que nuestro organismo primero utiliza para generar energía es el azúcar, y sólo cuando éste se acaba pasa a hacer uso de otras fuentes, como grasas y proteínas (también sirven como fuente de energía). Ahora, si vamos a competir, este aporte de azúcar extra puede resultar beneficioso, ya que es la forma más sencilla de obtener energía; las otras fuentes (grasas y proteínas) son más complicadas de utilizar.

Bueno, creo que con esta pequeña disertación es suficiente. Vuelvo a recordar que esto son hipótesis mías. Cada uno tendrá su opinión. Pero puedo asegurar que no estoy muy lejos de la verdad.

Un saludo.

Álbum fotográfico del III Trail Alpuente

Como viene siendo costumbre desde hace unos años, el pasado domingo 1 de septiembre se celebró el tradicional Trail de Alpuente, que recorre diferentes partes de la geografía del municipio, centrándose en los aledaños de la villa. En esta ocasión se ha celebrado el III Trail, con un recorrido que, personalmente, considero muy bonito, pero con una dificultad alta que requiere de un gran esfuerzo físico. Como novedad, este año se ha realizado una carrera de iniciación de 10’9 Km, que recorría parte del trazado de la carrera propiamente dicha, de 18 Km. A continuación os dejamos una selección de fotografías del evento. Las mismas corresponden a la colección privada de Alberto Talaya Peñalver.

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Álbum fotográfico de las jornadas de promoción turística del municipio de Alpuente

Igual que el año pasado, el último fin de semana de agosto y primero de septiembre, se ha realizado en el municipio de Alpuente unas jornadas de promoción turística. A continuación os mostramos una pequeña selección de fotografías realizadas durante estos días. Las fotografías corresponden a la colección privada de Alberto Talaya Peñalver.

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Relato: «Condena»

-Y tú, ¿por qué estás aquí?

El interpelado lo miró, sólo un segundo, sopesando la posibilidad de si sería correcto contarle la verdad.

-Porque mi abogado la cagó -contestó al fin, y rompió en una gran carcajada-. Lo siento -sentenció cuando consideró oportuno terminar con su broma, aunque en realidad no estaba arrepentido-. Es un chiste que se cuenta en mi mundo.

De nuevo lo miró y, esta vez, su escrutinio fue mayor.

-¿De verdad quieres saberlo?

Muchas eran las leyendas que corrían sobre las razones por las que se encontraba allí, pero nadie hasta ahora se había interesado por conocer la verdad.

El chico no asintió, ni siquiera se movió, pero sus ojos mostraban el gran interés porque contestara a su pregunta inicial.

-Está bien -cedió al cabo de unos segundos.

»Todo empezó incluso antes de que yo me diera cuenta… y cuando lo hice, ya fue demasiado tarde para escapar…

• • •

Ella llegó a mi vida sin previo aviso, sin percatarme siquiera. Simplemente, un día, estaba ahí. Desde entonces mi vida cambió drásticamente.

Apareció ante mis ojos una tarde de principio de otoño o de finales de verano, ya no lo recuerdo. Pero lo que sí recuerdo fue lo que sentí cuando la vi. Me quedé embelesado al contemplar su rostro, como hechizado por una magia que no pudiera controlar. Obviamente, nuestros caminos estaban destinados a cruzarse porque ella estaba allí, en el mismo lugar que yo. Pero lo que no esperaba es que estuviesen destinados a discurrir juntos durante un tiempo, aunque eso no sucedería hasta más adelante.

Después de aquel primer encuentro los siguientes ocurrirían como si de un cuentagotas se tratase. Entonces, yo todavía no había tomado la decisión que me acercaría a ella definitivamente.

Un año después aproximadamente, ella entró por la misma puerta que yo había cruzado hacía unos segundos. No podía creer en la suerte que estaba teniendo por lo que aquello significaba. Se sentó unos metros delante de mí. Por supuesto, en todo aquel tiempo ella nunca se percató de mi existencia; de hecho, estoy seguro que no recordaría ni haberme visto con anterioridad. Pero en aquel momento yo ya había tomado esa decisión que acabo de comentar: uniría nuestros destinos inmediatos fuera como fuese.

Y lo conseguí. Desde entonces nos hicimos casi inseparables, aunque aquello tardó un breve periodo de tiempo en suceder. Para entonces yo ya sabía lo que me ocurría. Y no me lo podía creer porque me había prometido que no volvería a pasar. Pero pasó. Me había enamorado.

El amor es una magia extraña, poderosa, caprichosa, incontrolable. Sé bien de lo que hablo, conozco todo tipo de magias. El amor es capaz de hacer olvidar cualquier agravio con un simple gesto de los labios. El amor es capaz de hacer que tus pensamientos giren entorno a una singular cuestión. Pero el amor, por sí solo, no puede hacer que una persona sea correspondida. Es necesario que ambos posean el mismo sentimiento para que esté completo, para que los dos sean uno solo. Porque esa es la culminación del amor, conseguir que dos seres distintos se comporten como un único individuo.

Y eso fue precisamente lo que no ocurrió.

Yo no desesperé, al menos al principio. Mi dicha era absoluta por el simple hecho de que compartiera unos minutos de su vida conmigo. Y sólo por eso empecé a buscarla en todo momento. Forzaba los encuentros, la seguía donde fuese cada vez que estábamos juntos. Y ella parecía complacida con mi compañía. Entonces comenzaron los halagos y los regalos. Regalos maravillosos e increíbles. Regalos que no estaban al alcance de cualquiera. Mi magia era poderosa y yo podía conseguirle todo aquello con lo que soñara. Hacía cualquier cosa porque ella se sintiera feliz. Incluso habría bajado a los infiernos si con eso hubiese conseguido sacarle una sonrisa hacia mí. Llegué a hacer cosas de las que no me arrepiento pero que podrían considerarse cuestionables.

Y creo que ese fue uno de mis primeros errores. Ella nunca me pidió nada. Pero yo intentaba dárselo todo. Nunca reparé en que en realidad, quizás, yo estaba abrumándola.

Pero lo peor de todo es, estoy seguro, que nunca se percató de mi amor por ella. Quizás, el hecho de que estuviese rodeada por el amor de muchas otras personas motivó que no advirtiera el mío por ella.

Hasta que al fin lo hizo. No por sí misma. Fue necesaria mi ayuda para que lo comprendiera. Se lo dije. Le conté lo que sentía por ella. Y su reacción me sorprendió. Se rió. No como una burla ni una risa frívola. Simplemente, le pilló por sorpresa y no supo como reaccionar. Ese gesto sin sentido fue su única vía de escape.

Ella me quería. Me quería, pero no me amaba. Y vio en la ausencia de ese sentimiento un barranco que no podría cruzar. Y vio también que esa inexistencia de tal sensación podría dejarme mal herido. Entonces, decidió alejarse de mí, para hacerme olvidarla.

Y esa fue mi perdición.

Empezamos a vernos cada vez menos, aunque yo seguía buscándola. Pero ahora ella ponía cualquier excusa para rechazar mi compañía. Yo no desistí, y quizás ese fue mi segundo error. Y con mi insistencia cada vez me volví más obsesivo. Y fue entonces cuando nuestra relación se deterioró.

Yo comencé a criticarle su actitud, y ella, por no herirme más quiero creer, se defendía como podía, pero nunca trató de echarme en cara nada. Hasta que un día lo hizo. Aquello consiguió que yo me volviese loco, por lo que ella huyó. No porque temiera que pudiera hacerle daño, nunca lo haría. Sino porque temía que pudiera hacérmelo a mí mismo.

Se escondió en un lugar que, incluso con toda mi magia, no pude encontrar. Y su ausencia convirtió mi locura en demencia. Y aquello fue la perdición para mí. Para ella. Para todos.

La busqué. La busqué con todas mis fuerzas. No, con todas mis fuerzas no, con todo mi poder. Derrumbé montañas, drené mares, incendié bosques… Pero no daba con ella. Y entonces comenzaron las muertes. Primero fueron personas seleccionadas, personas que yo pensaba conocían su paradero. Pero cuando aquello tampoco dio resultado comenzaron los genocidios, hasta que alguien quisiera hablar. Las ciudades se derrumbaban a mis pies. Sus gentes me pedían clemencia. Pero yo me había convertido en un monstruo y no tuve piedad de ninguno.

Un día, una persona, una mujer, terminó con las matanzas. Cuando ella se escondió tejió una magia poderosa que la ocultaba de mí. Sólo una persona podía desvelar su paradero, y al principio se negó a hacerlo. Hasta que vio de lo que yo era capaz. Rompió su juramento y me descubrió el lugar donde se escondía.

Cuando ella se presentó ante mi presencia para contármelo, vagamente la recordaba. En mi locura había roto con el pasado, incapaz de distinguir ya amigo de enemigo. Pero hubo algo, un brillo en su mirada, que hizo que durante unos segundos aplacara mi paranoia. Fue un ángel que me liberó de mi prisión de ignorancia. Un ángel oscuro, me desveló después ella, que sólo intentaba salvar a la humanidad.

Qésher, que así se llamaba la mujer que había trastornado mi menté, se había ocultado en un pequeño pueblecito de montaña, al que había protegido con un escudo mágico que yo nunca pude detectar. Sonreí al verlo, no pude evitarlo. Aquella idílica estampa de casitas con chimeneas y tejados de pizarra fueron unas de mis creaciones, uno de tantos regalos que yo le proporcioné. Y en su intento por escapar de mí, escogió uno de mis presentes.

«¡Qué bella era!» pensé tras reencontrarla. Incluso en la lejanía, incluso cuando sólo era un punto diminuto en lontananza, mi corazón se excitaba al contemplarla. Su piel perlada, fina y delicada. Su corto cabello negro, como carbón apagado. Todo en ella me atraía sobremanera.

Ella se giró, como intuyendo mi presencia allí. Y no se sorprendió al descubrir mi mirada puesta sobre su figura. Mantuvo el contacto visual unos segundos y, finalmente, dejó lo que tenía entre manos. Comenzó a caminar hacia mí. Yo no me atreví a moverme, como si cualquier movimiento mío pudiese hacerle huir de nuevo. Al fin me alcanzó.

-Me has encontrado -afirmó-. Sabes -continúo con un leve gesto de sus labios-, siempre supe que lo harías. Siempre lo hacías.

»Tóvesh -mi nombre pronunciado por sus labios sonaba tan dulce a mis oídos-, no puedes seguir haciéndote esto -sentenció al fin.

No estaba enfadada ni dolida, lo cual me hizo pensar que quizás no supiera todo lo que me había visto obligado a hacer para encontrarla desde el día en que se marchó, hacía ya tanto tiempo.

En realidad, nunca preví cómo sería nuestro reencuentro. En mi afán por volver a estar con ella nunca planeé lo que le diría. Así que mis palabras surgieron como un torbellino.

-Te convertí en diosa… por tus manos pasaron las almas de los moribundos… te conferí el poder para ayudar a los inocentes… tus palabras me proporcionaron la fuerza para vencer… maté a mi propio hermano para salvar tu vida… todo eso y mucho más hice por ti… pero tú no supiste verlo… te marchaste… y yo caí en la locura

-Aún no lo ves ¿verdad? -preguntó mientras negaba con la cabeza. Su rostro mostraba un semblante triste. Ese fue su gesto en cuanto me vio y no había cambiado en todo aquel tiempo-. Si lo que sientes por mí te hace daño deberías dejarlo pasar.

Ahora fui yo el que negó con la cabeza. Y continué hablando.

-Te odio -fue lo único que fui capaz de pronunciar.

Ella me miró, de forma diferente, como si lo hiciese por primera vez desde que nos habíamos encontrado.

-Sé que mientes -sentenció. Y tenía razón. Mis palabras eran mentira, pero debía darse cuenta de todo lo que había hecho por hallarla.

-Te odio. No me cansaré de decírtelo.

-¿No? -preguntó ella, pero era una pregunta retórica. Entonces supe qué debía decirle.

-Te odio por ser la única puta persona que es capaz de sacarme una sonrisa con solo pensarte. Te odio por hacer esa especie de magia para conquistar aquella parte de mí que tenía olvidada. Te odio porque por tu culpa supe ver el mundo de otra forma. Te odio porque me levantabas en mis caídas. Te odio porque siempre fuiste delante de mí cargándote a mis monstruos. También te odio por enamorar cada poro de mi piel. No sé cómo lo conseguiste, pero odio esta opresión en el pecho cuando no estás. Odio tus labios diciendo en mi mente que necesito besarte. Te odio por no darte cuenta de todo lo que hacías conmigo. Te odio porque conseguiste que entendiera que todo mi poder no era suficiente para conseguir tu amor… Te odio por lo que me he visto obligado a hacer para encontrarte -ahora me daba cuenta del daño causado. Y parece que mi rostro reveló algo de ese dolor porque, por primera vez desde que la conocí, ella sintió miedo.

-¿Qué has hecho? -preguntó, temiendo la respuesta a la cuestión.

No tuve valor para contárselo, así que me refugié en lo que mejor sabía hacer: mi magia. Implanté en su mente un recuerdo con todos los sucesos que ocurrieron desde que me dejó. Conforme recorría cada imagen de mis vivencias pasadas su rostro fue cambiando de semblante. Y cuando terminó con aquella delirante obra escénica pude contemplar en su cara lo que iba a ocurrir.

De pronto, su pelo comenzó a cambiar de color, tornándose rojo. No pelirrojo, sino un rojo sangre cargada de oxígeno. Un color que a mí todavía me excitaba más que el suyo normal. Aquella metamorfosis era la evidencia de su poder. Ella también era versada en magia. Pero aquella transformación en su cabello no evidenciaba ese poder sino un don fuera de lo común. Tenía la extraña facultad de inhibir la magia. No cualquier magia, sólo la mía.

-Ahora ves que tengo razón, ¿no? -dijo ella-. Debo acabar con esto -y asentí ante aquella verdad mientras por mi rostro resbalaba una única lágrima

Ella también dejó escapar una gota de amargura mientras levantaba su mano. En mi fuero interno quise pensar que aquella triste secreción era un lamento por mi alma.

Entonces, su dedo índice rozó el lado izquierdo de mi pecho, donde mi corazón todavía latía por ella. Y cuando se produjo aquel efímero contacto noté la descarga que detendría mis latidos, para siempre.

• • •

-¿¡Te mató!? -exclamó incrédulo.

El interpelado asintió, pero su rostro no mostró sensación alguna, como si aquel hecho fuese una nimiedad.

-Pero, ¿cómo estás aquí entonces? -preguntó con la esperanza de que la historia se alargara todavía más.

-No sabes dónde estás -aquello no era una pregunta.

El chico se quedó mirándolo, sin entender.

-Esto es el final del camino, la última puerta, donde terminan todos los destinos…

El muchacho, aún así, no comprendió sus palabras.

-Estás muerto -sentenció al fin el hombre-. Igual que yo. Igual que todos los que están aquí.

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Microrrelato: «Lágrima»

Sus ojos empezaron a humedecerse lentamente. Parpadeó repetidas veces intentando enjugar el triste líquido que estaba aflorando en ellos. Pero todo intento fue inútil. Enseguida, sus ojos quedaron totalmente empapados. Una pequeña lágrima surgió de uno de ellos, posándose en la parte más alta de una de sus mejillas, justo debajo del párpado inferior. Se quedó ahí plantada durante unos segundos. La inseguridad se adueñó de la pequeña gota mientras intentaba decidir que camino tomar. De pronto, comenzó a deslizarse por la cara. Primero lentamente, pero adquiriendo velocidad a cada centímetro que recorría. Avanzó por su rostro de forma decidida, esquivando todas aquellas pequeñas imperfecciones que hubiera en él. Al cabo de unos segundos llegó al mentón, y allí se quedó suspendida, en un frágil equilibrio, luchando por no caerse. Fueron momentos de gran incertidumbre, pues la pequeña lágrima no quería sucumbir ante tan azaroso destino. Finalmente, la fuerza de gravedad pudo más que sus ansias de supervivencia y la frágil gota cedió ante su poder, precipitándose al vacío. Surcó el espacio que la separaba del suelo inexorablemente, sin poder hacer nada por evitar su cruel destino. De pronto, un fortuito impacto detuvo su avance, quedándose allí, moribunda, sin ninguna posibilidad. El pecho del hombre la mantuvo unos segundos más con vida, en una cruel paradoja, pues el suyo ya no albergaba ninguna. Al final, la frágil lágrima también cedió en su batalla y el viento la evaporó, borrando todo rastro de su existencia.

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Relato: «Gaia (III)»

Cuentan los Anales de la Historia, que cuando la Humanidad fue sentenciada a su extinción por sus crímenes cometidos contra Gea, Gaia, la Madre Tierra, decidió darles otra oportunidad.

Lejos estaba Ella de saber que aquella decisión acabaría llevándola a su perdición.

Muchos fueron los que no entendieron la decisión de Gaía. Y otros tantos los que se opusieron a ella. Pero las Normas habían sido dictadas en el Inicio de los Tiempos, y la Madre Tierra se acogió a un pequeño resquicio para salvar a su raza predilecta.

La Humanidad fue la última raza en nacer. Y tenía mucho potencial para ser la más grande de entre todas las que poblaban los diferentes rincones del mundo. Su inteligencia, su fortaleza y, precisamente, su humanidad, los convertían en los seres idóneos para transformar a Gea en un ideal inimaginable hasta entonces. Y así fue durante sus primeros pasos. Pero cuando tomaron conciencia de su poder, quisieron más y ya no se preocuparon por las consecuencias. La Humanidad perdió su humanidad y en ellos germinó la semilla de la dominación. Pronto esclavizaron la tierra que pisaban y los seres que convivían con ellos, tratándolos como simples animales. Y entonces comenzaron las injusticias. Muchas otras razas fueron exterminadas por su manos, muchos parajes fueron destruidos por sus necesidades. Incluso el cielo, tan lejano al principio, fue conquistado por su poder, envenenándolo.

Entonces, el mundo decidió tomar cartas en el asunto. Cuando estaba cerca del colapso, a punto de sucumbir, tomaron una decisión que nunca antes había sido necesaria. Todos, en conjunción, la sentenciaron a su extinción, sin que ellos pudiesen hacer nada para impedirlo.

Pero Gaia se opuso a esta decisión, pues en su fuero interno todavía tenía la esperanza de que la Humanidad se redimiera. No obstante, las Leyes fueron fijadas incluso antes de que nadie pisara el suelo de Gea, y Gaia no tuvo más remedio que aceptar la decisión. Y Ella fue el verdugo de la Humanidad, la raza que tanto había amado. Con su poder, lanzó contra ellos una maldición que pretendía exterminarlos, un diluvio que inundaría todos los lugares del mundo y de la que no podrían escapar.

Pero lo hicieron. Sólo unos pocos, un grupo selecto, consiguieron escapar de las aguas malditas. Y cuando el nuevo sol despertó se afianzaron otra vez en el mundo. Gaia fue criticada por no condenar también a los supervivientes, pero ella pudo protegerlos de la ira del mundo. Muchos pensaron que la Madre Tierra había cometido su peor error, como así se demostró al final.

La nueva Humanidad creció y se multiplicó de nuevo. Y al principio todo fue bien. La Humanidad volvía a tener humanidad y parecía que no se cometerían los errores del pasado. Pero todo volvió a empezar. Entre estos nuevos humanos, unos pocos quisieron más de lo que Gea podía ofrecerles. Y volvieron a ansiar poder. Gaia se percató de este hecho, y esta vez decidió tomar partido. En un intento por proteger Gea, la Madre Tierra escogió a unos cuantos de entre todos los humanos, aquellos que más se habían ganado su cariño, y les confirió poderes. La magia que Gaia les ofreció tenía un único cometido: sólo podían utilizarla contra sus congéneres, contra aquellos que sacrificaban Gea. Así, lo que en un principio pudo parecer una bendición, se convirtió pronto en una maldición, pues los propios humanos se convirtieron en verdugos de sus congéneres.

Esta medida mantuvo controlada la ambición de la Humanidad. Pero los elegidos pronto se dieron cuenta del poder que tenían entre sus manos y decidieron traicionar a Gaia. Comenzaron a utilizar la magia para su propio beneficio, en vez de para proteger a Gea. Los poderes de Gaia trajeron guerras al mundo, y pronto se formaron dos bandos: aquellos que controlaban los poderes y aquellos que los ansiaban. Los humanos crearon nuevas formas de destrucción para infligirse daños unos a otros. Pero la Humanidad no se destruyó a sí misma, al menos al principio.

Gea fue la primera en caer, sin remisión posible. Gaia, consternada por toda la destrucción perpetrada, tomó parte activa en la contienda. Y luchó por igual contra los dos bandos de la Humanidad. Esto provocó la unión de los dos contendientes contra la que había sido su salvadora. Finalmente, Gaia también sucumbió ante sus seres amados, pues no fue capaz de combatir contra la magia que les había otorgado. Así, la Humanidad se convirtió en dueña y señora del mundo, que habían destrozado. Sus ansias de poder no les llevó a pensar en las posibles consecuencias de regentar un mundo estéril. Y como consecuencia de esta ignorancia, nadie sobrevivió.

Gea, Gaia y la Humanidad, desaparecieron.

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Una mano de mujer, anciana ya, muestra del paso del tiempo, cerró el libro que acababan de leer. Entonces, uno de los oyentes, apenas un niño, preguntó en un susurro, como si no quisiera interrumpir la quietud que había embargado el lugar:

-Si no queda nadie… ¿quién escribió esas historias?

Y la anciana sonrió.

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Relato: «Gaia (II)»

La Doncella Negra entró en la estancia, una amplia sala con iluminación insuficiente. La planta era totalmente circular, jalonada con robustas columnas en lo amplio de su perímetro. Una bóveda que se perdía en la altura estaba coronada por una pequeña estructura central, de cristal, que permitía el paso de la luz lunar, iluminando el centro del lugar.

Nadie, desde el inicio de los Tiempos, había pisado aquel suelo otra vez. Y ahora, cuando la sentencia había sido fijada, Beka volvía a recorrer aquel mismo lugar como hiciera en el principio.

Sus pasos eran lentos, medidos, como si temiera perturbar la paz que guardaba el recinto. Su falda, negra como el azabache, igual que el corsé que llevaba y su larga melena, contrastaba con la palidez de su piel mientras se enredaba entre sus piernas al caminar.

Muchas cosas habían cambiado desde aquel principio. Su cabellera había sido bien distinta a la que ahora lucía. Corta y rubia, como oro bruñido, había ido mutando con el paso del tiempo. Pero los sucesos acaecidos habían contribuido a que ella, tal como era ahora, se encontrara allí.

Por fin, sus pasos la llevaron al mismo centro de la sala, donde en el suelo se dibujaba un intrincado bajo relieve con extraños símbolos. Justo en el punto central del dibujo un hueco permitía depositar un extraño y poderoso objeto.

Beka se arrodilló, provocando que su saya adquiriese volumen, mientras llevaba sus manos al pecho, donde colgaba un amuleto de una rara y ligera piedra. De pronto, la mujer dio un respingo, sobresaltada por un contacto que no esperaba. Se giró hacia el origen de su incertidumbre, buscando la causa de aquella intromisión. Junto a ella, procurándose caricias con el tejido de la combinación, un pequeño felino jugaba con ella. Beka lo acarició, más tranquila ahora.

-Hola viejo amigo -la suavidad de su negro pelaje le produjo un placer que contribuyó a calmarla-. Jamás pensé que esta hora llegara. Pero el juicio ha acabado y el castigo es claro -la mujer negó consternada.

El pequeño gato se quedó mirándola fijamente. Parecía que comprendiese lo que la joven decía y sintiera empatía por ella.

Aunque Beka sabía que todos tenían razón en sus argumentos, también pensaba que la sentencia era desmedida. Pero su naturaleza no le permitía negarse al veredicto establecido, y ahora se encontraba allí para cumplir su cometido.

Descolgó de su blanco cuello el colgante de piedra que llevaba prendido de él. Con lentitud, fue acercándolo hacia el intrincado anagrama y lo depositó en el hueco que quedaba en él, donde encajaba perfectamente. Entonces, inmediatamente después de dejar el objeto, un leve crujido atrajo su atención. Arriba, en lo más alto del techo, la cúpula de cristal empezó a abrir su estructura, dejando que la luz de la luna llena penetrase sin ningún tipo de filtro, e incidió sobre el bajorrelieve, que comenzó a producir un leve fulgor alrededor de sus dibujos. El anagrama comenzó a difuminar sus formas, dejando a la vista un hueco circular. De él surgió una extraña figura de hierro labrado, con los mismos dibujos que antes había en el círculo de piedra. El hierro comenzó a retorcerse formando diferentes símbolos, hasta que, al fin, adquirió la forma de un pedestal. Repentinamente, en su parte alta, una antiguo libro empezó a aparecer en lo alto del atril.

Beka lo abrió y comenzó a pasar sus páginas con cuidado. Sus hojas, delgadas y finas, parecían frágiles al contacto de sus manos, pero no había poder en el mundo suficiente que pudiese destruir aquel manuscrito. Al cabo de unos minutos, la mujer encontró la sección de su interés. Allí, en unas pocas palabras, un conjuro mágico ayudaría a la joven en su quehacer.

Con voz firme, pero en un susurro, la Doncella Negra comenzó a leerlo mientras negaba de nuevo con su cabeza. Cuando acabó, una gota cayó en el centro de una de sus páginas, una lágrima que la mujer no pudo reprimir por lo que acababa de hacer. Inmediatamente después, otra gota más grande cayó en el mismo sitio, borrando la primera, pero esta vez era de lluvia.

Así, una tremenda tempestad se desató en el mundo como consecuencia de la fórmula recitada por la joven. Una enorme tormenta que inundó toda la tierra, barriendo de su faz a todo aquel que estuviera en ella.

• • •

Un rayo de sol incidió sobre el rostro de la Doncella Negra, despertándola. Se había quedado dormida a los pies del atril y la llegada de aquella luz, símbolo del nuevo amanecer, la despabiló. La tormenta hacía mucho que había pasado, por lo que su cometido se había cumplido. Ya no le quedaba nada por hacer allí.

Se levantó del suelo, todavía algo adormilada, y comenzó a caminar hacia la puerta que había utilizado para llegar allí. De pronto, ante ella, se encontró al mismo gato que acariciara anteriormente. El felino la observaba. Esta vez Beka no le prestó atención y se marchó de su lado. Pero al apartarse de él pudo sentir la magia que invadió el lugar, producto de la transformación que estaba teniendo lugar.

-Gaia -llamó el aparecido.

Nadie respondió a la llamada.

-Gaia -repitió al cabo del tiempo.

Y el mismo resultado obtuvo

-Beka -cambió esta vez, esperando mejor respuesta.

Y así sucedió. La Doncella Negra detuvo su avance y se giró hacia el origen de la voz. Frente a ella ya no estaba el gato que dejara atrás, sino un joven, de similar edad a la suya.

-¿Qué quieres? -preguntó molesta la mujer. El acto que acababa de perpetrar no la complacía y esa era su forma de mostrar su desconformidad.

-Un pequeño grupo ha sobrevivido -informó.

La mujer sonrió ante aquellas palabras, pero no dijo nada.

-Sabes bien cual fue la sentencia -continuó el joven-. La extinción total de la especie humana.

La mujer asintió, contenta.

-Y eso hice. Recité el poema y la tormenta de exterminio fue desatada.

-Pero…

-No hay peros. Si han sobrevivido tienen otra oportunidad.

-El juez y los asistentes decidieron…

-¿Cómo me has llamado?

El joven no entendió lo que quería decir, pero aún así respondió.

-Beka -fue su contestación.

La Doncella Negra sonrió, burlona.

-Ese es el apelativo que me he impuesto yo. ¿Cómo me has llamado al principio?

-Gaia -soltó en un lamento el hombre.

-Entonces yo decido en este punto. Los humanos tienen una segunda oportunidad.

Y con aquellas palabras el aparecido se esfumó, dejando a la mujer allí sola.

De pronto, la cabellera de la joven se transformó, tornándose corta y rubia, como en el inicio de los Tiempos.

Y Gaia sonrió.

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«Tributo a Within Temptation»

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