Conflicto

La tarde había comenzado apacible, como tantas otras últimamente. Pero, de pronto, aquella nueva visión los perturbó. Los dos viejos amigos se estudiaron un segundo, intentando discernir la reacción del otro sobre lo sucedido. Y, al instante, sólo con ese breve escrutinio, comprendieron que el conflicto había vuelto a aparecer.

Aquello había sucedido varias veces desde que se conocían y los dos sabían cuál sería la actitud del otro. Pero estaban acostumbrados a aquella disputa. A veces ganaba uno, otras, el otro. Pero nunca sabían cómo terminaría todo.

Quizás eso fuera lo interesante de todo aquello, la imposibilidad de conocer el final. Por eso mismo se deleitaban en el proceso, ajenos al daño mutuo que pudieran causarse a posteriori.

PFC negó con la cabeza cuando Estri dibujó una sonrisa en su rostro. Sabía que debía parar aquella sensación desde el principio, si no ya no podría controlarlo. Aludido, el joven reprimió el gesto de sus labios, pero no por eso desapareció lo sentido.

Ambos tenían la misma edad, pero PFC parecía más maduro, más… racional. Al menos no se dejaba llevar por impulsos innecesarios. Pero también tenía la capacidad de vislumbrar las posibilidades del futuro. Ambas cualidades le permitían ser socialmente correcto en un intento por no crear situaciones que pudieran parecer inaceptables. Estri, por el contrario, era más alocado y siempre parecía eufórico. En resumen, ambos formaban las dos caras de una misma moneda.

-Sabes lo que pienso al respecto -comenzó PFC. No quería hacerlo en realidad, pero no le quedaba otra solución.

-¡Vamos! -le recriminó Estri. -¡Una última vez!

-La última vez dijiste lo mismo. Y la anterior. Y la más anterior -se justificó PFC-. En todas aquellas ocasiones silencié mis reticencias sobre tu decisión y, al final, acabamos sufriendo. ¿Quieres que eso vuelva a suceder?

-¡Córtex! ¡No seas aguafiestas! -le reprochó el otro mientras con sus manos hacía un gesto de censura-. Sabes que no puedo evitarlo. Está en mi naturaleza.

-Sí, lo sé. Y quizás eso sea lo peor. Pareces no darte cuenta. Tus heridas cicatrizan con facilidad. Pero luego soy yo el que debe recordar, el que debe valorar lo sucedido.

-Pero los demás dicen…

-¡¿Los demás?! -lo cortó indignado-. ¿Quiénes son los demás? No, no contestes, lo sé muy bien. Yo te diré lo que pienso del resto: estoy harto de las estúpidas maripositas de Hipot; no soporto que VTA me inunde con sus sustancias que inhiben mi raciocinio; tampoco aguanto a los gemelos Regdop que te ayudan a narcotizarme. Atestaréis todas mis células con anfetaminas naturales que impedirán mi correcto funcionamiento; y después, cuando llegue la dependencia, las cambiaréis por otras que me harán entrar en un estado de depresión.

»¿Qué es lo que quieres? Tampoco debes responderme a eso. Lo sé también. ¿Cuánto durará? ¿Un año? ¿Dos? ¿Tres como mucho? Ya sé, ya sé. Todo será euforia al principio. Todo felicidad e ilusión. Los problemas desaparecerán. La vida parecerá más fácil. No habrán dificultades. Y nos volveremos posesivos. Caeremos en su necesidad. Como si fuera otra droga más, nos convertiremos en yonkis que no conseguirán pasar el mono. Y después de esos tres primeros años, ¿qué? Vosotros no sabéis llevar estos asuntos. En el mejor de los casos, si vuestros estupefacientes consiguen no confundirme del todo, seré yo el que deba darle un giro a la situación. Nos haremos inmunes a vuestras sustancias y si yo no creo otros vínculos todo se irá al garete. Necesitaré de opiáceos que vosotros no seréis capaces de suministrarme; tendré, de nuevo, que buscarme la vida por mi cuenta. Sin ellos no podré construir esos nexos que nos mantengan unidos durante más tiempo. Y si eso no funciona, todo estará perdido. Tomaréis el control de nuevo, pero esta vez de forma diferente. Odiaréis. Odiaréis con todas vuestras células. Lo que antes sentíais se volverá oscuro y eso podría llevarnos a nuestra propia destrucción. Otros han muerto por cosas similares. ¡Peor! ¡Otros han matado por asuntos así! ¿Eso es lo que quieres?

Estri lo miró un segundo. Intentó contradecirlo, argumentarle que no volvería a pasar. Pero no estaba entre sus manos esa posibilidad. En el fondo, sabía que su amigo tenía razón.

Decidió volver a mirar, para despedir aquella maravillosa visión. Pero, entonces, una sonrisa volvió a aparecer en su rostro. Y supo en ese momento que no podría evitarlo. No, su cometido no era ese. Para eso estaba PFC. Ahora tenía que ser él el que lo hiciera cambiar de opinión, como en las anteriores ocasiones. Y sabía cómo hacerlo, aunque solamente tendría una oportunidad.

-Pero es tan adictivo -sentenció Estri mientras se acercaba a su amigo-. Mira, vuelve a mirar. Sólo un segundo y verás que tengo razón.

-No -intentó negarse PFC, pero el otro le obligó a hacerlo.

Y, entonces, ocurrió. Ya no había vuelta atrás.

Aquel ingenuo cerebro del que formaban parte se había enamorado.

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Conflictos

Le dijo el corazón al cerebro:

“déjame amarlo”.

Y el cerebro contestó:

“déjame pensarlo”.

El corazón replicó:

“si lo piensas no le amaré”.

Y el cerebro terminó:

“si no lo pienso le amarás,

y si le amas moriré”.

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Microrrelato: «Suspiro»

Del latín suspirum. Aspiración fuerte y prolongada seguida de una espiración, acompañada a veces de un gemido y que suele denotar pena, ansia o deseo.

Eso es lo único que consigo articular cada vez que mi mirada se posa en su figura.

Ni una sola palabra. Ningún gesto que atraiga su atención. Nada.

Sólo un suspiro…

• • •

Finalista del  I Concurso de microrrelatos románticos “Porciones del alma”

Forma parte de la antología “Porciones del alma”

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Relato: «Condena»

-Y tú, ¿por qué estás aquí?

El interpelado lo miró, sólo un segundo, sopesando la posibilidad de si sería correcto contarle la verdad.

-Porque mi abogado la cagó -contestó al fin, y rompió en una gran carcajada-. Lo siento -sentenció cuando consideró oportuno terminar con su broma, aunque en realidad no estaba arrepentido-. Es un chiste que se cuenta en mi mundo.

De nuevo lo miró y, esta vez, su escrutinio fue mayor.

-¿De verdad quieres saberlo?

Muchas eran las leyendas que corrían sobre las razones por las que se encontraba allí, pero nadie hasta ahora se había interesado por conocer la verdad.

El chico no asintió, ni siquiera se movió, pero sus ojos mostraban el gran interés porque contestara a su pregunta inicial.

-Está bien -cedió al cabo de unos segundos.

»Todo empezó incluso antes de que yo me diera cuenta… y cuando lo hice, ya fue demasiado tarde para escapar…

• • •

Ella llegó a mi vida sin previo aviso, sin percatarme siquiera. Simplemente, un día, estaba ahí. Desde entonces mi vida cambió drásticamente.

Apareció ante mis ojos una tarde de principio de otoño o de finales de verano, ya no lo recuerdo. Pero lo que sí recuerdo fue lo que sentí cuando la vi. Me quedé embelesado al contemplar su rostro, como hechizado por una magia que no pudiera controlar. Obviamente, nuestros caminos estaban destinados a cruzarse porque ella estaba allí, en el mismo lugar que yo. Pero lo que no esperaba es que estuviesen destinados a discurrir juntos durante un tiempo, aunque eso no sucedería hasta más adelante.

Después de aquel primer encuentro los siguientes ocurrirían como si de un cuentagotas se tratase. Entonces, yo todavía no había tomado la decisión que me acercaría a ella definitivamente.

Un año después aproximadamente, ella entró por la misma puerta que yo había cruzado hacía unos segundos. No podía creer en la suerte que estaba teniendo por lo que aquello significaba. Se sentó unos metros delante de mí. Por supuesto, en todo aquel tiempo ella nunca se percató de mi existencia; de hecho, estoy seguro que no recordaría ni haberme visto con anterioridad. Pero en aquel momento yo ya había tomado esa decisión que acabo de comentar: uniría nuestros destinos inmediatos fuera como fuese.

Y lo conseguí. Desde entonces nos hicimos casi inseparables, aunque aquello tardó un breve periodo de tiempo en suceder. Para entonces yo ya sabía lo que me ocurría. Y no me lo podía creer porque me había prometido que no volvería a pasar. Pero pasó. Me había enamorado.

El amor es una magia extraña, poderosa, caprichosa, incontrolable. Sé bien de lo que hablo, conozco todo tipo de magias. El amor es capaz de hacer olvidar cualquier agravio con un simple gesto de los labios. El amor es capaz de hacer que tus pensamientos giren entorno a una singular cuestión. Pero el amor, por sí solo, no puede hacer que una persona sea correspondida. Es necesario que ambos posean el mismo sentimiento para que esté completo, para que los dos sean uno solo. Porque esa es la culminación del amor, conseguir que dos seres distintos se comporten como un único individuo.

Y eso fue precisamente lo que no ocurrió.

Yo no desesperé, al menos al principio. Mi dicha era absoluta por el simple hecho de que compartiera unos minutos de su vida conmigo. Y sólo por eso empecé a buscarla en todo momento. Forzaba los encuentros, la seguía donde fuese cada vez que estábamos juntos. Y ella parecía complacida con mi compañía. Entonces comenzaron los halagos y los regalos. Regalos maravillosos e increíbles. Regalos que no estaban al alcance de cualquiera. Mi magia era poderosa y yo podía conseguirle todo aquello con lo que soñara. Hacía cualquier cosa porque ella se sintiera feliz. Incluso habría bajado a los infiernos si con eso hubiese conseguido sacarle una sonrisa hacia mí. Llegué a hacer cosas de las que no me arrepiento pero que podrían considerarse cuestionables.

Y creo que ese fue uno de mis primeros errores. Ella nunca me pidió nada. Pero yo intentaba dárselo todo. Nunca reparé en que en realidad, quizás, yo estaba abrumándola.

Pero lo peor de todo es, estoy seguro, que nunca se percató de mi amor por ella. Quizás, el hecho de que estuviese rodeada por el amor de muchas otras personas motivó que no advirtiera el mío por ella.

Hasta que al fin lo hizo. No por sí misma. Fue necesaria mi ayuda para que lo comprendiera. Se lo dije. Le conté lo que sentía por ella. Y su reacción me sorprendió. Se rió. No como una burla ni una risa frívola. Simplemente, le pilló por sorpresa y no supo como reaccionar. Ese gesto sin sentido fue su única vía de escape.

Ella me quería. Me quería, pero no me amaba. Y vio en la ausencia de ese sentimiento un barranco que no podría cruzar. Y vio también que esa inexistencia de tal sensación podría dejarme mal herido. Entonces, decidió alejarse de mí, para hacerme olvidarla.

Y esa fue mi perdición.

Empezamos a vernos cada vez menos, aunque yo seguía buscándola. Pero ahora ella ponía cualquier excusa para rechazar mi compañía. Yo no desistí, y quizás ese fue mi segundo error. Y con mi insistencia cada vez me volví más obsesivo. Y fue entonces cuando nuestra relación se deterioró.

Yo comencé a criticarle su actitud, y ella, por no herirme más quiero creer, se defendía como podía, pero nunca trató de echarme en cara nada. Hasta que un día lo hizo. Aquello consiguió que yo me volviese loco, por lo que ella huyó. No porque temiera que pudiera hacerle daño, nunca lo haría. Sino porque temía que pudiera hacérmelo a mí mismo.

Se escondió en un lugar que, incluso con toda mi magia, no pude encontrar. Y su ausencia convirtió mi locura en demencia. Y aquello fue la perdición para mí. Para ella. Para todos.

La busqué. La busqué con todas mis fuerzas. No, con todas mis fuerzas no, con todo mi poder. Derrumbé montañas, drené mares, incendié bosques… Pero no daba con ella. Y entonces comenzaron las muertes. Primero fueron personas seleccionadas, personas que yo pensaba conocían su paradero. Pero cuando aquello tampoco dio resultado comenzaron los genocidios, hasta que alguien quisiera hablar. Las ciudades se derrumbaban a mis pies. Sus gentes me pedían clemencia. Pero yo me había convertido en un monstruo y no tuve piedad de ninguno.

Un día, una persona, una mujer, terminó con las matanzas. Cuando ella se escondió tejió una magia poderosa que la ocultaba de mí. Sólo una persona podía desvelar su paradero, y al principio se negó a hacerlo. Hasta que vio de lo que yo era capaz. Rompió su juramento y me descubrió el lugar donde se escondía.

Cuando ella se presentó ante mi presencia para contármelo, vagamente la recordaba. En mi locura había roto con el pasado, incapaz de distinguir ya amigo de enemigo. Pero hubo algo, un brillo en su mirada, que hizo que durante unos segundos aplacara mi paranoia. Fue un ángel que me liberó de mi prisión de ignorancia. Un ángel oscuro, me desveló después ella, que sólo intentaba salvar a la humanidad.

Qésher, que así se llamaba la mujer que había trastornado mi menté, se había ocultado en un pequeño pueblecito de montaña, al que había protegido con un escudo mágico que yo nunca pude detectar. Sonreí al verlo, no pude evitarlo. Aquella idílica estampa de casitas con chimeneas y tejados de pizarra fueron unas de mis creaciones, uno de tantos regalos que yo le proporcioné. Y en su intento por escapar de mí, escogió uno de mis presentes.

«¡Qué bella era!» pensé tras reencontrarla. Incluso en la lejanía, incluso cuando sólo era un punto diminuto en lontananza, mi corazón se excitaba al contemplarla. Su piel perlada, fina y delicada. Su corto cabello negro, como carbón apagado. Todo en ella me atraía sobremanera.

Ella se giró, como intuyendo mi presencia allí. Y no se sorprendió al descubrir mi mirada puesta sobre su figura. Mantuvo el contacto visual unos segundos y, finalmente, dejó lo que tenía entre manos. Comenzó a caminar hacia mí. Yo no me atreví a moverme, como si cualquier movimiento mío pudiese hacerle huir de nuevo. Al fin me alcanzó.

-Me has encontrado -afirmó-. Sabes -continúo con un leve gesto de sus labios-, siempre supe que lo harías. Siempre lo hacías.

»Tóvesh -mi nombre pronunciado por sus labios sonaba tan dulce a mis oídos-, no puedes seguir haciéndote esto -sentenció al fin.

No estaba enfadada ni dolida, lo cual me hizo pensar que quizás no supiera todo lo que me había visto obligado a hacer para encontrarla desde el día en que se marchó, hacía ya tanto tiempo.

En realidad, nunca preví cómo sería nuestro reencuentro. En mi afán por volver a estar con ella nunca planeé lo que le diría. Así que mis palabras surgieron como un torbellino.

-Te convertí en diosa… por tus manos pasaron las almas de los moribundos… te conferí el poder para ayudar a los inocentes… tus palabras me proporcionaron la fuerza para vencer… maté a mi propio hermano para salvar tu vida… todo eso y mucho más hice por ti… pero tú no supiste verlo… te marchaste… y yo caí en la locura

-Aún no lo ves ¿verdad? -preguntó mientras negaba con la cabeza. Su rostro mostraba un semblante triste. Ese fue su gesto en cuanto me vio y no había cambiado en todo aquel tiempo-. Si lo que sientes por mí te hace daño deberías dejarlo pasar.

Ahora fui yo el que negó con la cabeza. Y continué hablando.

-Te odio -fue lo único que fui capaz de pronunciar.

Ella me miró, de forma diferente, como si lo hiciese por primera vez desde que nos habíamos encontrado.

-Sé que mientes -sentenció. Y tenía razón. Mis palabras eran mentira, pero debía darse cuenta de todo lo que había hecho por hallarla.

-Te odio. No me cansaré de decírtelo.

-¿No? -preguntó ella, pero era una pregunta retórica. Entonces supe qué debía decirle.

-Te odio por ser la única puta persona que es capaz de sacarme una sonrisa con solo pensarte. Te odio por hacer esa especie de magia para conquistar aquella parte de mí que tenía olvidada. Te odio porque por tu culpa supe ver el mundo de otra forma. Te odio porque me levantabas en mis caídas. Te odio porque siempre fuiste delante de mí cargándote a mis monstruos. También te odio por enamorar cada poro de mi piel. No sé cómo lo conseguiste, pero odio esta opresión en el pecho cuando no estás. Odio tus labios diciendo en mi mente que necesito besarte. Te odio por no darte cuenta de todo lo que hacías conmigo. Te odio porque conseguiste que entendiera que todo mi poder no era suficiente para conseguir tu amor… Te odio por lo que me he visto obligado a hacer para encontrarte -ahora me daba cuenta del daño causado. Y parece que mi rostro reveló algo de ese dolor porque, por primera vez desde que la conocí, ella sintió miedo.

-¿Qué has hecho? -preguntó, temiendo la respuesta a la cuestión.

No tuve valor para contárselo, así que me refugié en lo que mejor sabía hacer: mi magia. Implanté en su mente un recuerdo con todos los sucesos que ocurrieron desde que me dejó. Conforme recorría cada imagen de mis vivencias pasadas su rostro fue cambiando de semblante. Y cuando terminó con aquella delirante obra escénica pude contemplar en su cara lo que iba a ocurrir.

De pronto, su pelo comenzó a cambiar de color, tornándose rojo. No pelirrojo, sino un rojo sangre cargada de oxígeno. Un color que a mí todavía me excitaba más que el suyo normal. Aquella metamorfosis era la evidencia de su poder. Ella también era versada en magia. Pero aquella transformación en su cabello no evidenciaba ese poder sino un don fuera de lo común. Tenía la extraña facultad de inhibir la magia. No cualquier magia, sólo la mía.

-Ahora ves que tengo razón, ¿no? -dijo ella-. Debo acabar con esto -y asentí ante aquella verdad mientras por mi rostro resbalaba una única lágrima

Ella también dejó escapar una gota de amargura mientras levantaba su mano. En mi fuero interno quise pensar que aquella triste secreción era un lamento por mi alma.

Entonces, su dedo índice rozó el lado izquierdo de mi pecho, donde mi corazón todavía latía por ella. Y cuando se produjo aquel efímero contacto noté la descarga que detendría mis latidos, para siempre.

• • •

-¿¡Te mató!? -exclamó incrédulo.

El interpelado asintió, pero su rostro no mostró sensación alguna, como si aquel hecho fuese una nimiedad.

-Pero, ¿cómo estás aquí entonces? -preguntó con la esperanza de que la historia se alargara todavía más.

-No sabes dónde estás -aquello no era una pregunta.

El chico se quedó mirándolo, sin entender.

-Esto es el final del camino, la última puerta, donde terminan todos los destinos…

El muchacho, aún así, no comprendió sus palabras.

-Estás muerto -sentenció al fin el hombre-. Igual que yo. Igual que todos los que están aquí.

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Microrrelato: «Lágrima»

Sus ojos empezaron a humedecerse lentamente. Parpadeó repetidas veces intentando enjugar el triste líquido que estaba aflorando en ellos. Pero todo intento fue inútil. Enseguida, sus ojos quedaron totalmente empapados. Una pequeña lágrima surgió de uno de ellos, posándose en la parte más alta de una de sus mejillas, justo debajo del párpado inferior. Se quedó ahí plantada durante unos segundos. La inseguridad se adueñó de la pequeña gota mientras intentaba decidir que camino tomar. De pronto, comenzó a deslizarse por la cara. Primero lentamente, pero adquiriendo velocidad a cada centímetro que recorría. Avanzó por su rostro de forma decidida, esquivando todas aquellas pequeñas imperfecciones que hubiera en él. Al cabo de unos segundos llegó al mentón, y allí se quedó suspendida, en un frágil equilibrio, luchando por no caerse. Fueron momentos de gran incertidumbre, pues la pequeña lágrima no quería sucumbir ante tan azaroso destino. Finalmente, la fuerza de gravedad pudo más que sus ansias de supervivencia y la frágil gota cedió ante su poder, precipitándose al vacío. Surcó el espacio que la separaba del suelo inexorablemente, sin poder hacer nada por evitar su cruel destino. De pronto, un fortuito impacto detuvo su avance, quedándose allí, moribunda, sin ninguna posibilidad. El pecho del hombre la mantuvo unos segundos más con vida, en una cruel paradoja, pues el suyo ya no albergaba ninguna. Al final, la frágil lágrima también cedió en su batalla y el viento la evaporó, borrando todo rastro de su existencia.

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Relato: «Gaia (III)»

Cuentan los Anales de la Historia, que cuando la Humanidad fue sentenciada a su extinción por sus crímenes cometidos contra Gea, Gaia, la Madre Tierra, decidió darles otra oportunidad.

Lejos estaba Ella de saber que aquella decisión acabaría llevándola a su perdición.

Muchos fueron los que no entendieron la decisión de Gaía. Y otros tantos los que se opusieron a ella. Pero las Normas habían sido dictadas en el Inicio de los Tiempos, y la Madre Tierra se acogió a un pequeño resquicio para salvar a su raza predilecta.

La Humanidad fue la última raza en nacer. Y tenía mucho potencial para ser la más grande de entre todas las que poblaban los diferentes rincones del mundo. Su inteligencia, su fortaleza y, precisamente, su humanidad, los convertían en los seres idóneos para transformar a Gea en un ideal inimaginable hasta entonces. Y así fue durante sus primeros pasos. Pero cuando tomaron conciencia de su poder, quisieron más y ya no se preocuparon por las consecuencias. La Humanidad perdió su humanidad y en ellos germinó la semilla de la dominación. Pronto esclavizaron la tierra que pisaban y los seres que convivían con ellos, tratándolos como simples animales. Y entonces comenzaron las injusticias. Muchas otras razas fueron exterminadas por su manos, muchos parajes fueron destruidos por sus necesidades. Incluso el cielo, tan lejano al principio, fue conquistado por su poder, envenenándolo.

Entonces, el mundo decidió tomar cartas en el asunto. Cuando estaba cerca del colapso, a punto de sucumbir, tomaron una decisión que nunca antes había sido necesaria. Todos, en conjunción, la sentenciaron a su extinción, sin que ellos pudiesen hacer nada para impedirlo.

Pero Gaia se opuso a esta decisión, pues en su fuero interno todavía tenía la esperanza de que la Humanidad se redimiera. No obstante, las Leyes fueron fijadas incluso antes de que nadie pisara el suelo de Gea, y Gaia no tuvo más remedio que aceptar la decisión. Y Ella fue el verdugo de la Humanidad, la raza que tanto había amado. Con su poder, lanzó contra ellos una maldición que pretendía exterminarlos, un diluvio que inundaría todos los lugares del mundo y de la que no podrían escapar.

Pero lo hicieron. Sólo unos pocos, un grupo selecto, consiguieron escapar de las aguas malditas. Y cuando el nuevo sol despertó se afianzaron otra vez en el mundo. Gaia fue criticada por no condenar también a los supervivientes, pero ella pudo protegerlos de la ira del mundo. Muchos pensaron que la Madre Tierra había cometido su peor error, como así se demostró al final.

La nueva Humanidad creció y se multiplicó de nuevo. Y al principio todo fue bien. La Humanidad volvía a tener humanidad y parecía que no se cometerían los errores del pasado. Pero todo volvió a empezar. Entre estos nuevos humanos, unos pocos quisieron más de lo que Gea podía ofrecerles. Y volvieron a ansiar poder. Gaia se percató de este hecho, y esta vez decidió tomar partido. En un intento por proteger Gea, la Madre Tierra escogió a unos cuantos de entre todos los humanos, aquellos que más se habían ganado su cariño, y les confirió poderes. La magia que Gaia les ofreció tenía un único cometido: sólo podían utilizarla contra sus congéneres, contra aquellos que sacrificaban Gea. Así, lo que en un principio pudo parecer una bendición, se convirtió pronto en una maldición, pues los propios humanos se convirtieron en verdugos de sus congéneres.

Esta medida mantuvo controlada la ambición de la Humanidad. Pero los elegidos pronto se dieron cuenta del poder que tenían entre sus manos y decidieron traicionar a Gaia. Comenzaron a utilizar la magia para su propio beneficio, en vez de para proteger a Gea. Los poderes de Gaia trajeron guerras al mundo, y pronto se formaron dos bandos: aquellos que controlaban los poderes y aquellos que los ansiaban. Los humanos crearon nuevas formas de destrucción para infligirse daños unos a otros. Pero la Humanidad no se destruyó a sí misma, al menos al principio.

Gea fue la primera en caer, sin remisión posible. Gaia, consternada por toda la destrucción perpetrada, tomó parte activa en la contienda. Y luchó por igual contra los dos bandos de la Humanidad. Esto provocó la unión de los dos contendientes contra la que había sido su salvadora. Finalmente, Gaia también sucumbió ante sus seres amados, pues no fue capaz de combatir contra la magia que les había otorgado. Así, la Humanidad se convirtió en dueña y señora del mundo, que habían destrozado. Sus ansias de poder no les llevó a pensar en las posibles consecuencias de regentar un mundo estéril. Y como consecuencia de esta ignorancia, nadie sobrevivió.

Gea, Gaia y la Humanidad, desaparecieron.

• • •

Una mano de mujer, anciana ya, muestra del paso del tiempo, cerró el libro que acababan de leer. Entonces, uno de los oyentes, apenas un niño, preguntó en un susurro, como si no quisiera interrumpir la quietud que había embargado el lugar:

-Si no queda nadie… ¿quién escribió esas historias?

Y la anciana sonrió.

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CRONICA DE NUESTRA VENDIMIA. POR ELVIRA GALINDO.

CRONICA DE NUESTRA VENDIMIA

La ilusión de un maestro de escuela hizo que un sueño se materializara y así, año tras año, nuestros viñedos dan su fruto que se transforma en la sangre de la tierra, «Yermos de Olduba», nuestro vino.

Es divertido eso de «nuestros viñedos», en realidad sólo tenemos media hectárea; y la «sangre de la tierra» queda un poco fuerte, pero resulta poético.

Todo esto os lo digo porque quiero compartir con vosotros una de las actividades a la que dedicamos muchísimas de nuestras energías: la elaboración de un vino.

Todo el esfuerzo de un año culmina en el día de la vendimia y es en ese día cuando comienza la historia.

 

                                           La mayoría de los grandes vinicultores modernos cosechan con unas máquinas que van, a través de las filas de vides, absorbiendo los granos y depositándolos en los remolques. Vinicultores más modestos  recogen los racimos a mano y los dejan en capazos de plástico, volcándolos en el remolque del tractor.

Ninguno de estos dos métodos es el ideal para conseguir un vino de óptima calidad porque apilan las uvas y, las que están debajo, se aplastan por el peso. El jugo resultante se oxida y se puede poner ácido antes que llegue a la bodega.

Nosotros recogemos las uvas a mano, dejándolas en cubos de plástico y con la carretilla neumática, de seis en seis, Joseph las transporta hasta la bodega y van directamente volcadas a la despalilladora; así  no se produce ningún ácido. Eso es posible porque tenemos poca cantidad.

 

Yo siempre digo que si eres un vinicultor novato deberías pasar la noche antes de la vendimia de juerga, porque  si no pasarás la noche dando vueltas en la cama acosado por muchas preocupaciones: que si tienes a punto las tijeras, que si hay suficiente gasolina para la carretilla, que si los cubos están boca abajo para que no entre polvo, que si vendrá gente para ayudar o, lo más importante, el tiempo que hará.

 

Joseph siempre se despierta primero y sale de puntillas para no despertarme, lo hace para aspirar profundamente el aire frío del amanecer otoñal aragonés que tanto le gusta, coger la carretilla neumática y colocar todos los cubos en la viña delante de las vides.

Como es tiempo de «higas», como aquí  llaman a los higos, se desayuna cuatro o cinco con su vasito de anís seco y vino moscatel; solamente lo hace en estos días.

Este año sus botas no han quedado embarradas como otros años porque hace tiempo que no llueve. Es una suerte porque las uvas estaban secas y con un grado perfecto de maduración.

 

A las 9 en punto, seis personas estábamos cogiendo uvas. Más tarde se añadió la abuela que tiene 92 años.

Los tijereretazos de las podadoras sólo se interrumpen para comentar algún chismorreo interesante, mientras se van llenando los cubos.

Al mediodía estaba toda la uva blanca en la bodega y por la tarde toda en la prensa.

Al día siguiente cogimos la negra. ¡Pocos vendimiadores hemos hecho mucha faena.!

Tres amigos , que siempre nos ayudan, me decían: ¡Qué suerte verla toda en casa!  ¡Ahora ya puede llover!

También ha venido un vecino que está en todo: recoge uvas, carga cubos, ningún grano verde se le escapa de los racimos y vigila como un niño los frutos de nuestro trabajo. Siempre tenemos gente dispuesta a echar una mano.

 

El primer día trabajamos con la uva blanca, casi toda verdejo con un poco de las jóvenes cabernet de tres años.

Tras la vendimia, y con todo el frescor de la uva, se procede a su estrujado y despalillado (recuerdo que el primer año la pisábamos y quitábamos el raspón con un tridente). Con la despalilladora este trabajó desapareció.

La despalilladora gira muy rápida y separa los raspajos de las uvas y éstas, a través de unas mangueras y una bomba, a la prensa. El zumo que sale de la prensa, sin semillas ni pieles, va directo a la cuba de fermentación.

Hemos probado el mosto. Es suave, dulce y pasa ligero.

La labor con la uva negra es parecida, pero de la despalilladora va directo a las cubas porque fermentará con hollejo y semillas.

 

Ahora es el momento de sentarnos a la mesa y celebrarlo con nuestros vecinos. Morcilla de cebolla y de arroz, chorizos, longaniza con canela, torreznos, queso de cabra ¡ Todo productos de la tierra !  Ah !… y nuestro «Yermos de Olduba»

Joseph siempre abre una barrica del crianza del año anterior y es el momento de la cata; no sabemos si tiene fragancias de frutas tropicales, ni especies de Marraquech, ni de incienso, ni cilandro …  Aquí no hay enólogos; lo único que sabemos es que es un vino natural y estupendo.

Llenamos las copas de cristal que guardamos siempre para la ocasión, bebemos en silencio y el señor Martín dice; ¡Fino y delicioso! , él es muy experto. Quizá todos nosotros sentimos que hay algo muy especial fermentando ahí abajo. Es el orgullo de la labor hecha con cariño.

Luego todo es alegría … risas, chistes, chascarillos, tonterías; por un día todo el mundo se olvida del colesterol y de los kilos, y brindamos para que el próximo año podamos estar todos juntos otra vez.

 

Tres días más tarde parece que el mosto haya cobrado vida. Si acercas la oreja a las cubas, puedes escuchar su burbujeo, siseando como el caldero de la bruja del cuento.

 

Las cubas de fermentación están cubiertas con sábanas de algodón y, cada día, dos veces, Joseph bazuquea, o sea, mueve y empuja la capa de pieles de uva (llamada el sombrero) hacia abajo. Esta operación hay que hacerla unos veinte o veintitrés días hasta que el mosto está fermentado, el sombrero se hunde y el vino queda en silencio.

Después también se pasará por la prensa y , filtrándolo suavemente,  a los depósitos para que se produzca una segunda fermentación.

Este vino joven permanecerá encerrado en los depósitos de acero inoxidable hasta que renazca la primavera y salga feliz y contento directo a las botellas.

Existe en portugués un refrán que dice que «até ao lavar dos cestos é vindima», («mientras los cestos no estén lavados, no termina la vendimia»)

Es cierto: cuando miras los ciento cuatro cubos en el patio, limpios y boca abajo sientes la sensación de una misión cumplida.

 

Termino con la descripción que figura en la etiqueta, muy casera, diseñada por nosotros, que resume un poco la historia de nuestro vino:

 

De los suelos calcáreos, «tierra tosca»…

De los sarmientos de tinta Duero, de Aranda …

Del Cabernet Sauvignon y del Tempranillo…

De las cepas casi centenarias de los ribazos de la finca…

Del subclima mediterráneo de Los Giles….

Del sol de Aragón …

Del trabajo y la ilusión, en fin, hemos hecho este caldo,

un producto artesano para consumo propio,

para disfrutarlo y compartirlo.

Bébelo siempre con alguien al lado o con alguien delante.

 

Elvira y José Antonio

La Veleta

Sentado en una roca, junto a ella, aún con mi ritmo acelerado por el desnivel recién salvado, la miré, con los ojos cerrados, y le dije:

He acariciado piedras y pisado brozas. He bebido el viento y besado al sol. He doblado mi ser para alcanzarte y ahora por fin descanso. Ahora lo veo todo más claro, justo tal y como esperaba cuando quise adorarte de cerca una vez más. ¿Sabes? Ayer me ahogaba el ritmo del hastío y me pisaban las horas sin preguntarme nada. Confieso que ayer pensé en ti para sobrevivir. No ignores que sin esa esencia tuya que me abraza siempre que vacilo, hoy no habría visto la hermosa luz del alba. Un suspiro te brindo, largo y profundo. Ahora eres mi compañera y a nuestros pies yace el mundo. No me importa quién te puso aquí, ni me importa cuando. Sé lo que haces, pero no me interesa. Me interesas tú, porque tú eres. Me interesas tú, por lo que para mí significas. Por todo ello te amo. ¿Oyes, alma mía, el tañir de las campanas? Y las voces de las gentes, mecidas por el eterno viento, ¿las oyes? Sí, claro que las oyes, pero, ¿qué son para nosotros mas que vagos ecos huérfanos de sentido? Nada…, son nada.

Se deslizó al fin el presente y el sol quiso acostarse. Me dirigí a ella por última vez para decirle:

Llegó el momento de mi partida, mas, por favor, no llores; es la existencia quien me reclama. Mañana estaré allí, abajo, arrastrándome entre ellos, escuchando sus miserias. Mañana igual que ayer, alimentaré al tirano que me encadena. ¿Cuidarás de mi calma entonces? Sólo una cosa te pido:

Espérame mientras la vida siga creando al tiempo, que yo siempre vendré a buscarte.

Relato: «Gaia (II)»

La Doncella Negra entró en la estancia, una amplia sala con iluminación insuficiente. La planta era totalmente circular, jalonada con robustas columnas en lo amplio de su perímetro. Una bóveda que se perdía en la altura estaba coronada por una pequeña estructura central, de cristal, que permitía el paso de la luz lunar, iluminando el centro del lugar.

Nadie, desde el inicio de los Tiempos, había pisado aquel suelo otra vez. Y ahora, cuando la sentencia había sido fijada, Beka volvía a recorrer aquel mismo lugar como hiciera en el principio.

Sus pasos eran lentos, medidos, como si temiera perturbar la paz que guardaba el recinto. Su falda, negra como el azabache, igual que el corsé que llevaba y su larga melena, contrastaba con la palidez de su piel mientras se enredaba entre sus piernas al caminar.

Muchas cosas habían cambiado desde aquel principio. Su cabellera había sido bien distinta a la que ahora lucía. Corta y rubia, como oro bruñido, había ido mutando con el paso del tiempo. Pero los sucesos acaecidos habían contribuido a que ella, tal como era ahora, se encontrara allí.

Por fin, sus pasos la llevaron al mismo centro de la sala, donde en el suelo se dibujaba un intrincado bajo relieve con extraños símbolos. Justo en el punto central del dibujo un hueco permitía depositar un extraño y poderoso objeto.

Beka se arrodilló, provocando que su saya adquiriese volumen, mientras llevaba sus manos al pecho, donde colgaba un amuleto de una rara y ligera piedra. De pronto, la mujer dio un respingo, sobresaltada por un contacto que no esperaba. Se giró hacia el origen de su incertidumbre, buscando la causa de aquella intromisión. Junto a ella, procurándose caricias con el tejido de la combinación, un pequeño felino jugaba con ella. Beka lo acarició, más tranquila ahora.

-Hola viejo amigo -la suavidad de su negro pelaje le produjo un placer que contribuyó a calmarla-. Jamás pensé que esta hora llegara. Pero el juicio ha acabado y el castigo es claro -la mujer negó consternada.

El pequeño gato se quedó mirándola fijamente. Parecía que comprendiese lo que la joven decía y sintiera empatía por ella.

Aunque Beka sabía que todos tenían razón en sus argumentos, también pensaba que la sentencia era desmedida. Pero su naturaleza no le permitía negarse al veredicto establecido, y ahora se encontraba allí para cumplir su cometido.

Descolgó de su blanco cuello el colgante de piedra que llevaba prendido de él. Con lentitud, fue acercándolo hacia el intrincado anagrama y lo depositó en el hueco que quedaba en él, donde encajaba perfectamente. Entonces, inmediatamente después de dejar el objeto, un leve crujido atrajo su atención. Arriba, en lo más alto del techo, la cúpula de cristal empezó a abrir su estructura, dejando que la luz de la luna llena penetrase sin ningún tipo de filtro, e incidió sobre el bajorrelieve, que comenzó a producir un leve fulgor alrededor de sus dibujos. El anagrama comenzó a difuminar sus formas, dejando a la vista un hueco circular. De él surgió una extraña figura de hierro labrado, con los mismos dibujos que antes había en el círculo de piedra. El hierro comenzó a retorcerse formando diferentes símbolos, hasta que, al fin, adquirió la forma de un pedestal. Repentinamente, en su parte alta, una antiguo libro empezó a aparecer en lo alto del atril.

Beka lo abrió y comenzó a pasar sus páginas con cuidado. Sus hojas, delgadas y finas, parecían frágiles al contacto de sus manos, pero no había poder en el mundo suficiente que pudiese destruir aquel manuscrito. Al cabo de unos minutos, la mujer encontró la sección de su interés. Allí, en unas pocas palabras, un conjuro mágico ayudaría a la joven en su quehacer.

Con voz firme, pero en un susurro, la Doncella Negra comenzó a leerlo mientras negaba de nuevo con su cabeza. Cuando acabó, una gota cayó en el centro de una de sus páginas, una lágrima que la mujer no pudo reprimir por lo que acababa de hacer. Inmediatamente después, otra gota más grande cayó en el mismo sitio, borrando la primera, pero esta vez era de lluvia.

Así, una tremenda tempestad se desató en el mundo como consecuencia de la fórmula recitada por la joven. Una enorme tormenta que inundó toda la tierra, barriendo de su faz a todo aquel que estuviera en ella.

• • •

Un rayo de sol incidió sobre el rostro de la Doncella Negra, despertándola. Se había quedado dormida a los pies del atril y la llegada de aquella luz, símbolo del nuevo amanecer, la despabiló. La tormenta hacía mucho que había pasado, por lo que su cometido se había cumplido. Ya no le quedaba nada por hacer allí.

Se levantó del suelo, todavía algo adormilada, y comenzó a caminar hacia la puerta que había utilizado para llegar allí. De pronto, ante ella, se encontró al mismo gato que acariciara anteriormente. El felino la observaba. Esta vez Beka no le prestó atención y se marchó de su lado. Pero al apartarse de él pudo sentir la magia que invadió el lugar, producto de la transformación que estaba teniendo lugar.

-Gaia -llamó el aparecido.

Nadie respondió a la llamada.

-Gaia -repitió al cabo del tiempo.

Y el mismo resultado obtuvo

-Beka -cambió esta vez, esperando mejor respuesta.

Y así sucedió. La Doncella Negra detuvo su avance y se giró hacia el origen de la voz. Frente a ella ya no estaba el gato que dejara atrás, sino un joven, de similar edad a la suya.

-¿Qué quieres? -preguntó molesta la mujer. El acto que acababa de perpetrar no la complacía y esa era su forma de mostrar su desconformidad.

-Un pequeño grupo ha sobrevivido -informó.

La mujer sonrió ante aquellas palabras, pero no dijo nada.

-Sabes bien cual fue la sentencia -continuó el joven-. La extinción total de la especie humana.

La mujer asintió, contenta.

-Y eso hice. Recité el poema y la tormenta de exterminio fue desatada.

-Pero…

-No hay peros. Si han sobrevivido tienen otra oportunidad.

-El juez y los asistentes decidieron…

-¿Cómo me has llamado?

El joven no entendió lo que quería decir, pero aún así respondió.

-Beka -fue su contestación.

La Doncella Negra sonrió, burlona.

-Ese es el apelativo que me he impuesto yo. ¿Cómo me has llamado al principio?

-Gaia -soltó en un lamento el hombre.

-Entonces yo decido en este punto. Los humanos tienen una segunda oportunidad.

Y con aquellas palabras el aparecido se esfumó, dejando a la mujer allí sola.

De pronto, la cabellera de la joven se transformó, tornándose corta y rubia, como en el inicio de los Tiempos.

Y Gaia sonrió.

• • •

«Tributo a Within Temptation»

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Relato: «Gaia (I)»

-En pie el acusado.

El hombre se levantó sin entender todavía por qué estaba allí.

-¿Su nombre, por favor?

-Humanidad -respondió con voz trémula.

Todo lo que lo rodeaba le parecía extraño, como sacado de una macabra pesadilla, pero algo le decía que debía contentar a las personas que tenía en frente para no empeorar las cosas.

-¿Sabe el acusado por qué se encuentra aquí?

En realidad, ahora mismo no sabía ni que significaba “aquí”. No conseguía ubicar el lugar. En un principio creyó encontrarse en lo que parecía una sala judicial, pero allí nada era como debiese ser. No habían bancos de madera, ni estrado, ni nada que le recordase a ese tipo de estancias. Pero en lo más profundo de su ser sabía que dónde estaba era precisamente eso; aunque no sabía por qué, él no había hecho nada.

-No, señoría -respondió al fin, más por instinto que porque realmente quisiese hacerlo. De hecho, no había sido consciente de haber pronunciado el apelativo “señoría”. Aquello no tenía ningún sentido.

Los asistentes a aquel extraño evento susurraron indignados ante la respuesta del hombre. Incluso alguno lanzó improperios contra su persona, pero rápidamente fueron silenciados. No podía tolerarse aquel tipo de conductas, aunque el interpelado fuese quien decía ser, aunque hubiese hecho todo por lo que se encontraba allí.

-¿Es en verdad usted el hombre conocido como Humanidad? -volvieron a preguntar.

Éste asintió esta vez, ya que su voz se entrecortó y no pudo pronunciar palabra alguna.

-Conteste, por favor-insistieron.

-S… sí, señoría -¿señoría? Ahora sí que se había percatado, pero seguía sin saber por qué utilizaba ese término-. Per… pero no sé por qué estoy aquí -repitió el hombre.

Nuevos susurros. El hombre se giró hacia las voces, que callaron cuando descubrieron que les estaban mirando.

¡Qué extraño era todo! Lo trataban con miedo, como si hubiera hecho algo atroz. Pero aquello no podía ser, él no había hecho nada. Entonces, fue consciente de que se encontraba encadenado. Unos extraños grilletes, hechos de roca viva, rodeaban sus muñecas. Y sus tobillos estaban enredados en lo que parecían raíces y ramas de diversas plantas. Cada vez que intentaba hacer un movimiento para zafarse, las rocas, las raíces y las ramas se tensaban y apretaban más sobre sus articulaciones, impidiendo sus movimientos.

-Sus crímenes son múltiples y cada cual más aterrador que el anterior -comentó con tranquilidad la que parecía ser la voz cantante allí-. Vertidos tóxicos, emisiones de gases venenosos, extinciones masivas, talas indiscriminadas, desecaciones de zonas húmedas, extracciones ilegales, incendios… -comenzó a enumerar-. Por no salvarse no lo han hecho ni los de su propia especie. Genocidios étnicos, violaciones, torturas, secuestros, asesinatos, guerras… Y eso sólo es el principio. Muchos otros cargos son los que se le imputan.

La cara del hombre se llenó de pavor. ¿Que estaban diciendo? Aquello no podía ser. Era imposible. Él no era responsable de todo por lo que lo incriminaban. Ni si quiera tenía recuerdos de todo lo mencionado.

-Pero… Yo… no recuerdo… Yo no he hecho todo eso.

Más susurros se oyeron en la sala.

-¿Usted? No nos haga reír. Usted no ha podido hacer todo eso solo -algo le decía que, aún así, lo que iban a decirle no era bueno-. Usted es un ente creado por nosotros. Tan sólo representa a una parte de este mundo, una raza, una especie animal, de las últimas en aparecer en el planeta. Estos son los crímenes que han cometido estos individuos. Usted sólo es una representación de todos ellos, un mero utensilio para juzgarlos.

Entonces, el hombre se percató realmente de todo lo que lo rodeaba. Quienes asistían a tal evento eran personas, como él, pero había algo que las diferenciaba. Cada vez que miraba a uno de ellos, el hombre percibía su verdadera naturaleza, que lejos estaba la de ser hombres y mujeres. Ante él, algo completamente increíble presidía la sala. Una ballena, ¡una ballena!, se encargaba de dirigir todo el proceso judicial, porque estaba claro que aquello era un juicio. A su derecha, a la misma altura que él, un veneno potencial para la vida, pero tan necesario para la misma, actuaba de fiscal. O3, ozono, un filtro natural contra los rayos dañinos que enviaba el astro rey contra el planeta. Una molécula de tres átomos de oxígeno era la “persona” que presentaba los cargos por los que estaba siendo juzgado. Y el resto de asistentes eran igual de increíbles, animales de todas las clases, especies vegetales de todos los tipos, parajes naturales, compuestos químicos esenciales para la vida, microorganismos… asistían al juicio.

Pero allí fallaba algo. Una circunstancia que escapaba a su control. No había jurado, lo cual, en un principio, no era problemático, ya que sería el juez, la ballena, quien se encargarse de dictar veredicto. El verdadero problema era que no tenía defensor. Nadie, ni persona, ni animal, ni planta, ni… ni lo que fuera, se encargaba de defender su causa. Entonces lo comprendió. En realidad, aquello no era un juicio. Él, ellos, la Humanidad, ya había sido juzgada. Su entendimiento captó lo que aquello significaba, y un miedo, un pavor inconsciente e ilógico lo invadió por dentro. No tenía escapatoria.

-Entonces estamos todos de acuerdo -aquellas palabras no eran en realidad una pregunta, sino una afirmación, pero, aún así, todos los asistentes asintieron-. La sentencia ha sido consensuada y fijada… ¡Extinción! -y con aquella única palabra golpeó su martillo.

El hombre tembló de miedo al comprender lo que aquello significaba.

-¡No! -intentó gritar, pero su voz había sido censurada y ya nadie oía sus súplicas.

Entonces, su figura fue desapareciendo poco a poco, difuminándose.

-Es una pena -susurró el “extraño” juez, pero nadie le oyó-, eran una especie con tantas posibilidades.

Y el mar sonrió.

 «Tributo a Mägo de Oz»

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