Haciendo Historia Villa de Alpuente

Las primeras letras del Siglo XVIII

No es precisamente la protección a la enseñanza de primeras letras lo que caracteriza la vida en Alpuente en los siglos XVIII y anteriores. Prácticamente no había escuelas. Solamente en la Villa existía un maestro, pagado por el Consejo,  que se encargaba de atender sólo a los niños. El analfabetismo se extendía por todo el término y la enseñanza no contaba para las niñas. Estaban totalmente olvidadas hasta el punto de poder afirmar que la totalidad de ellas eran analfabetas. A comienzos del siglo XVIII, ser mujer era ser analfabeta virtual . Esta centuria estuvo matizada por dicha filosofía y Alpuente no se escapó de ella. 

Fue el Obispo de Segorbe el que en diciembre de 1.771, en una visita pastoral, aprecia la ociosidad y poca aplicación que había en los vecinos, por la falta de Escuelas de Primeras Letras para acoger a los niños y ninguna para las niñas. Era la escuela el medio más eficaz para desterrar la holgazanería en que se criaban los jóvenes de ambos sexos e inclinarles al trabajo. Es por esto por lo que el 17 de diciembre de 1771, envía una carta al Consejo de Alpuente, precisando la conveniencia de establecer Escuelas de Primeras Letras y de elevar la asignación al  Maestro, que por entonces cobraba  unos 12 pesos al año y que se estableciesen Maestras para la enseñanza de las niñas.

Como consecuencia de esta carta que el Sr Obispo mandó no solo a Alpuente, sino también a todos los pueblos de su Obispado, se procedió a aumentar la dotación de los Maestros en 31 pueblos de la Diócesis y a establecer dicho Magisterio en los veinte que no lo había. Ordenó que las Escuelas de niñas que se estableciesen se crearan preceptivamente con separación de las de los Niños para evitar los perjuicios que pudieran resultar de la unión y mezcla de los sexos. Se preocupó de dar las normas para elección de los Maestros, que debía de ser  en la misma ciudad y ante el Escribano del Ayuntamiento, pero nombrando como comisión examinadora  a profesores de  Latinidad y Retórica del Seminario. Supervisado por la Iglesia, el nivel de instrucción comprendía entre los seis y diez años, en el cual el niño aprendía principalmente a leer, ya que la escritura no la consideraban útil y necesitaba una mayor inversión temporal y económica.  Leer era lo más barato y lo que menos tiempo necesitaba para aprender. El saber  escribir suponía mayor tiempo de aprendizaje, lo que derivaba en la idea de que sólo era útil para los escribanos, ya que hacían de ella una profesión.  El labrador no veía la ventaja de aprender las primeras letras.. Su vida y su mundo terminaban  en sus tierras y en su casa.

La escuela en esa época estaba tutelada por la Iglesia y mantenida por el Consejo. Es en el siglo XIX, en 1812, cuando la constitución de Cádiz recoge y ordena la creación de escuelas de Primeras Letras en todos los pueblos, recayendo sobre los exiguos presupuestos de los Ayuntamientos la paga del maestro y la dotación de las mismas.

Los signos (firmas) de los Notarios

En siglos pasados, cuando la población no tenía las ventajas que se tiene hoy en día de aprender las primeras letras, en su mayoría era analfabeta incapaz de interpretar cualquier documento. Por esto en esas épocas destaca un personaje a quien encomendaban la redacción de cualquier escrito: el escribano. Pero en Alpuente, Villa con cierta importancia en otros tiempos, tenía el privilegio de tener notario público que, como hoy en día, daba testimonio de cuantos documentos importantes era necesario legalizar, dando fe de todo lo que en él se trataba estampando su signo o firma. Firmas muy originales e interesantes como a continuación se muestra

Esta  es  la  firma  de  Andrés  Rubio , Notario  de  la  Villa  de  Alpuente  en  octubre  de  1610.

Esta  es  la  firma  de  D.  Vicente  Javaloyas,  Notario  de  Alpuente  en  1652 

Esta es la firma de Blas Ramos,  

  Notario de Alpuente en 1781  

La primera Escuela

Todavía se conserva el edificio que sirvió de escuela en esta época: la Escuela vieja, edificio frío y oscuro frente a la calle de La Escuela.


                      Edificio de dos plantas. En la planta baja estaba la escuela de niños y en la alta, la escuela de niñas o «costura». Es seguramente a finales del siglo XIX cuando se establece la escuela de niñas, con la voluntad de prepararlas -conforme a la mentalidad de la época-, para la casa. La mujer, sabiendo las labores necesarias, cumple su cometido. De ah í el ir a «costura». Al hombre se le debía instruir, aunque esta instrucción quedara limitada al aprendizaje de la lectura y poco más y no para todos los niños.                     
       La enseñanza en esta época estuvo dirigida y tutelada por la Iglesia. En Alpuente, era el Obispo de Segorbe el que supervisaba y daba el placet para ser Maestro de primeras letras y regentar una escuela para impartir lo que podemos llamar enseñanza elemental, que aunque pagada por el Consejo, éste sólo intervenía en el mantenimiento de la misma. El período de enseñanza abarcaba de los seis a los diez años. Las materias que se impartían por orden de importancia era la religión, lectura, escritura y aritmética y, en algunos casos, sólo las dos primeras.
                          Tanto los edificios destinados a escuela, como los métodos y material eran muy limitados. En Alpuente sólo se disponía de una escuela donde debían asistir los niños de las aldeas más cercanas. Sólo unos bancos y unas escasas mesas reservadas a quienes estaban aprendiendo a escribir. El libro más usado era el Catecismo y abecedarios  con imágenes y frases, colgados en la pared, y alguna cartilla con normas de ortografía y gramática, era todo el material didáctico con el que se contaba.

                        Es curiosa esta solicitud, dirigida al Consejo por un vecino de la Villa, para poder optar a la plaza de Maestro de primeras letras

                         Solicitud de plaza de maestro en la Villa por un vecino
 

        “Ilustres Señores:           

Martín Asensio, hijo natural de la Villa de Alpuente, y legítimo de Miguel Asensio y Felicitas Peñalver, puesto a los pies de V.Sas.

Dice: que deseoso de tomar el estado de eclesiástico y hallándose sin Beneficio(*) para lograr dicho fin y discurriendo alguno que no fuera Beneficio, ha hallado uno y es de la Escuela y es en esta forma: y dice que si V.S as.tienen gusto de dársela con la obligación de enseñar a los niños a leer, escribir y contar, juntamente con otras cosas que se enseñan a los niños en las escuelas.
         Tiene bastante noticia de que el Señor Obispo le ordenara con dicho cargo (**), pero dice dicha Ilma. Sque ha de ser teniendo 40 libras de cóngrua (***) y que por nada menos lo hará. Por lo cual pide  a
        V.S as. (el arriba nombrado) tengan el gusto de alargárselas pues se promete a enmendarlo en el servicio de la Escuela, poniendo todo su cuidado en que los niños aprendan todo lo que su cortedad alcanza y pues, tan a poca costa, como es el interés que pide (para esta Ilustre Villa) quedará un hijo de esta Villa acomodado y dicha Villa servida.
       Y con la esperanza de que V.Sas. le ampararán en esta ocasión, cesa en ser molesto y les guarde el Cielo a Vs Señorías los m. a. (muchos años) que puede y desea para mejor acierto y gobierno de esta Ilustre Villa de Alpuente.

                      Alpuente, Octubre 14 de 1771

                    Humilde siervo de Vs. Señorías que su mba

                                                                                                                  Martín  Asensio

 

Ilustre Consejo

(*). Emolumentos que se obtiene  inherentes o no a un oficio.

       (**) Era el Obispo de Segorbe el que nombraba a los Maestros en su diócesis, en aquella época.

      (***) Emolumentos impuestos por el Obispo y pagados por el Consejo.  

La enseñanza en Alpuente

El siglo XIX y anteriores, la instrucción en Alpuente y en general, estuvo dirigida por la Iglesia. Era ésta la que marcaba las directrices y la encargada de velar por su cumplimiento, supervisando el nombramiento de Maestros e imponiendo a los Concejos la obligación de asumir los gastos por renumeración a los docentes. También salía de los escasos presupuestos de este municipio, el gasto originado en material escolar.
Es en 1900 cuando un ministro conservador, Antonio García Alix, hace al Estado responsable de pagar el personal docente y el material en las escuelas públicas, a la vez que ordena las directrices para que cada Ayuntamiento creara las escuelas de primaria que marcaba la ley. Se emprenden las reformas legislativas necesarias para que la instrucción fuera dirigida y tutelada por el Estado, siguiendo la filosofía de Antonio Gil de Zárate: «Puesto que enseñar es formar hombres, la cuestión de la enseñanza es cuestión de poder. El que enseña domina»  En suma, rescatar la enseñanza tutelada por el Clero y trasladarla al Estado. Se estableció la enseñanza de «lectura, escritura, ligeras nociones de gramática castellana, las cuatro operaciones de números enteros y doctrina cristiana». La edad de escolarización comprendía de los 6 a los 10 años. Fue el Conde Romanones en que en 1910 prolonga la edad de escolaridad hasta los 12 años.


                              Siguiendo las normas establecidas por el Gobierno, es cuando en Alpuente se construiría un nuevo edificio para escuela de niños (hoy Aula de recuperación paleontológica) cumpliendo la ordenanza de establecer al menos una escuela elemental completa y se nombraría el Maestro. Éste debía tener cumplidos veinte años de edad, haber obtenido el correspondiente título, previo examen, y acreditar buena conducta.
                              No se tiene documentación escrita respecto a esta primera escuela, pero por información de los mayores se sabe que en 1910 regentaba la Escuela de niños D. Jacinto Báguena y la de Niñas, Dª Sofía Roig Iborra,, dos jóvenes maestros a cuyas aulas acudían diariamente  casi un centenar de niños y bastante menos de niñas, procedentes de la Villa, los Campos, las Eras, Baldovar y Chopo. Es de suponer que las aldeas de la parte norte del término, tendrían una unidad mixta en Corcolilla.
                      La situación de la enseñanza heredada en Alpuente era desoladora. Al iniciarse el primer tercio del siglo XX, más de la mitad de la población infantil no tenía acceso a la escolarización y la mayoría era analfabeta. No sabía leer ni escribir. Alpuente, en esta época, aumenta la escolarización, pero el absentismo escolar es considerable. Los niños en edad muy temprana dejaban de ser «niños». Considerados como «hombres», a ello iba dirigida la educación. Tenían que formarse como hombres en el trabajo, debido a la necesidad que tenían las familias de su colaboración en las labores cotidianas.. El absentismo de un tercio de los escolares era normal y los abandonos, numerosos. La instrucción se basaba en el ejercicio de la memoria. Tendremos que llegar al año 1920 para empezar a ver la reducción del analfabetismo.

         En el año 1915, en Alpuente había tres escuelas públicas para niños y tres para niñas. Nos ha llegado una relación con el nombre de los Maestrso que regentaban estas escuelas. En la Villa, los ya mencionados D. Jacinto Báguena y Dª Sofía Roig y, para las aldeas, D. Vicente Nogueras, D. Baltasar Sebastián, Dª Amelia Polo y Dª Carmen Polo. Corcolilla que en aquella época era una aldea floreciente, tendría su correspondiente Maestro y Maestra y tal vez el Campo de Arriba, `por ser junto con El Collado, la que más habitantes tenía.

            En aquellas aldeas que no había Maestro, los niños debían desplazarse a la Villa o a las otras aldeas que si disponían., bien a Corcolilla  o al Campo de Arriba. Cada cual se las arreglaba como podía y así por ejemplo, en El Collado en aquella época, los niños acudían a casa de un tal Mendoza, exsargento casado en la aldea y que sólo sabía las cuatro reglas, el que les enseñaba lo poco que sabía. Pero como muy bien dice el tío Ponciano Collado, en una magníficas memorias por él escritas (y de quien me he tomado la libertad de tomarle esta información) “…a la sabiduría no le ponían importancia porque nadie vivía de ella, allí se vivía en esta cultura y en estas condiciones”

Y como las memorias de Ponciano Collado son una muestra realista de cómo era la enseñanza por aquellos años de finales del siglo XIX y principios del XX, en esas aldeas y en las que no existía ni escuela ni maestro titulado, las expongo casi al pie de la letra, para que el lector se haga una idea. Fueron escritas en el año 2003 y cuando el autor había cumplido los 80 años de edad.

”La escuela era una habitación grande y rústica hecha por los vecinos. El material que tenían los alumnos para trabajar era una pizarra colgada en la pared, un libro que se llamaba “Catón” y otro que se llamaba “Cartilla”. Con el primero se aprendía a juntar las letras y formar palabras y con el segundo se aprendía a leer, que eran propiedad de los alumnos. El “maestro” (Mendoza) disponía de dos paletas como de cincuenta centímetros de larga y ocho de ancha, con empuñadura para cogerlas con las que se les pegaba a los niños en la palma de la mano.. Había dos, porque cuando se rompía una en las manos de los críos, cogía la segunda y así tenía arreglo hasta que el carpintero le hacía otra. Estos instrumentos eran propiedad del “maestro” pero regalo de los padres.

         Los chicos que iban a la escuela, chicas no iba ninguna, pues en aquella época ninguna mujer de El Collado aprendió a leer, ni a escribir. Decían los padres de éstas que, para ser ama de casa no lo necesitaban y como existía el machismo, les iba bien a los hombres que las mujeres no tuvieran ese don del saber, y de esta forma reforzar el machismo.

       Los que iban a la escuela, que no iban todos y, que ni el que iba lo hacía todos los días, cuando sabían las cuatro reglas que seguramente las aprenderían en un año, por la forma en que enseñaba este hombre, habían terminado ya los estudios ya que no les podía enseñar más.. Esta era la forma en que enseñaba…

Conforme iban entrando, los niños decían esta frase: “Buenos días, ¿cómo está usted?  Con la cabeza descubierta  iban sentándose en un banco sin respaldo y, al cabo de una hora,  o cuando lo ordenaba el “maestro” , pasaban a dar lección por delante de la mesa de éste, todos con miedo y en grupos de tres.  Cuando el primero comenzaba  a dar la lección y se equivocaba dos veces, el “maestro” le ordenaba que pusiera la mano en posición para recibir el castigo y le pegaba dos paletazos. Si se equivocaba tres veces, los paletazos ya eran sin contar y lo mandaba al banco a estudiarse mejor la lección.   Cuando pasaba el segundo, al ver lo que le había pasado a su compañero, ya no daba pie con bola. Antes de recibir los paletazos, el chaval ya se había orinado encima. Ese iba al cuarto oscuro hasta nueva orden. Si el tercero tenía suerte de saber la lección y como el “maestro” ya se había desfogado,  volvía todo orgulloso al banco; pero si el cuarto no tenía esa suerte, le tiraba de una oreja hasta arrancarle hasta desgarrarle la parte inferior. Si pasado el rato no le  cortaba la sangre producida, lo mandaba a  su casa para que lo curara su madre..

Cuando el “maestro” daba la orden de que se le abriera al alumno castigado en el cuarto, este volvía a dar la lección y si se equivocaba, como era lo más seguro, el castigo era azotarle con una larga vara. Cuando la escena ya había terminado, lo ponía en un rincón de la escuela para que estudiara la lección hasta que salieran todos a comer, saliendo él de la escuela, diez minutos después de salir los demás. Por la tarde se repetía más o menos lo de la mañana. Y así pasaba el día. Por eso al día siguiente el que podía tener una excusa o que lo necesitaba su padre para ayudarle en las faenas del campo, no iba a la escuela.

A continuación Ponciano Collado cuanta un hecho que ocurrió y lo cuenta de la siguiente manera:…

“Este caso, demasiado verdadero, me lo contó a mí  personalmente José Jiménez, que vivió aquella desgraciada época por lo menos para los niños. Se dio la circunstancia con un colegial que tal miedo le tomó al “maestro” que, una noche, le dijo a su padre que le mandara lo que quisiera, que le hiciera lo que quisiera, pero que a la escuela no iba más.

Su padre pensó en unos minutos algo para presionar al crío para que volviera a la escuela, y le dijo en estas palabras: “Mira, hijo, ¿sabes lo que he pensado?, que mañana voy a labrar a la partida las “Masdelices”. Te vienes conmigo, me ayudas a hacer una sepultura y cuando hayamos terminado te metes dentro y te entierro vivo. A lo que el chiquillo contestó que sí, que estaba conforme..

Así que sin  más comentarios se acostaron. Se pasó la noche y el nuevo día comenzó como todos. Almorzaron, porque allí se almorzaba antes de ir a trabajar. Después de almorzar, cogieron todas las herramientas necesarias para labrar y en media hora ya se encontraban en el bancal que tenía que labrar el padre. Nada más descargar las caballerías, le preguntó al hijo si había pensado otra cosa o estaba conforme en que lo enterrara. A lo que el hijo contestó: Quiero que me entierre antes que volver a la escuela.

Entonces el padre cogió una azada y un capazo y comenzó a abrir el pozo para el enterramiento. Cuando lo tenía a medio hacer le preguntó si seguía pensando igual, a lo que éste contestó que sí, que pensaba igual. El padre le dijo: Si piensas igual, ayúdame a sacar tierra y así terminaremos antes. Cosa que el hijo aceptó.

Cuando ya la fosa estaba terminada, el padre le dijo que ya se podía meter, cosa que el chiquillo sin mediar palabra se tumbó dentro. Seguidamente el padre comenzó a echar tierra encima del difunto vivo, hasta sólo dejarle la cabeza libre para su respiración. Antes de seguir echando tierra, le hizo la última pregunta. Ahora aún estás a tiempo. Si quieres volver a la escuela, te desentierro y aquí no ha pasado nada. A lo que el crío contestó que lo enterrara, que a la escuela no volvía.

El padre, al ver la forma de pensar de su hijo y su decisión, sin mediar palabra lo desenterró y le dijo que estuviera tranquilo, que no iría más a la escuela, que iría a cuidar ovejas o con él al campo. Las dos cosas eran malas para una persona de corta edad y encima, en alguna ocasión, recibir alguna paliza de su padre, pero el chico aún lo consideraba mejor que ir a aquella escuela. 

                      Tenemos que agradecer a Ponciano Collado esta muestra tan cruda como realista , de cómo era la enseñanza en una aldea en que a pesar de la pobreza y el abandono en que vivían, se acogían a cualquier forma irracional de enseñanza para que sus hijos supieran al menos las cuatro reglas. No podían hacer más. “La letra con sangre entra” decía el refrán y a fe que en esta aldea se cumplía al pie de la letra.Pero hay que tener en cuenta, como bien nos cuenta Ponciano, que en la aldea de El Collado, a finales del XIX ni a principio del XX, no había escuela, ni había maestro…Como bien nos dice Ponciano en sus escritos, “El Collado no tenía ni carretera, ni luz eléctrica, muchas personas nacían y morían sin salir apenas de allí, sobre todo las mujeres, ya que los hombres salían cuando el servicio militar y no todos, pues en esa época había excedentes de cupo. Se malvivía de la agricultura y del ganado… todos disponían de pobreza… En la época de 1890 disponían para cultivar las tierras que cada uno tenía, una caballería, un arado de madera y la reja de hierro, pues todo se hacía a mano. Se hacía el vino y el trigo se llevaba al molino de agua…y a fin de año o antes ya no les quedaba nada a la mayoría, de lo que habían cosechado en el año….El noventa por cien de los padres estaban creídos que a los hijos no había que enseñarles nada, lo tenían que aprender ellos por sí solos y, si no lo hacían, no digo bien sino como ellos… los castigos corporales estaban a la orden del día. El padre que más castigaba a los hijos, mejor mirado estaba por los vecinos. A los chiquillos de siete u ocho años, ya les mandaban a cuidar ovejas, pues casi todos los vecinos tenían alguna. No tenían derecho a nada, más que obedecer y aún así los castigos eran normales.

            Así  que  éstos , que  por su  edad  no tenían la  suficiente idea  para cuidar las ovejas, en ocasiones se ponían a jugar y no se acordaban de  las ovejas que tenían a su cargo. Si al vecino se le comían algo de sus cosechas, si éste lo veía, retenía las ovejas hasta  que aparecía el pastor que, en ocasiones, sólo tenía siete u ochos años.  Cuando éste se personaba, en muchas ocasiones, según la conciencia del perjudicado, así llevaba de castigo el pastor y a sesión continua le decía: “dile a tu padre que esta noche venga a mi casa para hablar del daño que me acaban de hacer tus ovejas en mi propiedad”.

         Este chiquillo ya sabía que antes o después de encararse su padre con el perjudicado, tenía que recibir en muchos casos los correspondientes azotes, más fuertes o más flojos. En algunos casos, si el crío era nervioso, encerraba el ganado y no iba a casa, por miedo, pero cuando lo encontraban, el castigo no era más pequeño  y, además, sin cenar a la cama. 

¿Quién no ha leído La Barraca de Vicente Blasco Ibáñez, escrita en 1898?

Este autor valenciano refleja en esta novela, no la escuela de la ciudad, sino una pequeña “escuela” en la huerta. Creo que si Vicente Blasco Ibáñez hubiese conocido la vida de los serranos, austeros y rudos como sus secas tierras de montaña, hubiera reflejado fielmente también en una novela como tan bien lo ha sabido hacer Ponciano Collado –nacido en Vizcota- en su manuscrito.. Pero Blasco Ibáñez nos habla de una escuela paralela, pero diferente. Diferente es el medio y diferentes son los personajes . En la primera montaña, personajes rudos y pobreza bien repartida: en la segunda, huerta, personajes influidos por un medio menos austero… pero reflejando algunos párrafos de esta novela, veremos que la situación escolar y el sistema tienen mucha semejanza. Un maestro que no es maestro y una escuela que no es escuela.

            Copiendo a Blasco Ibáñez podemos establecer estos paralelismos:

“Nunca el saber se vio peor alojado; por lo común, no habita palacios.

Era una barraca vieja (la escuela), sin más luz que la de la puerta y la que se colaba por las grietas de la techumbre;…

En toda la barraca no había más que un objeto nuevo, la luenga caña que el maestro tenía detrás de la puerta, y que renovaba cada dos días en el cañaveral vecino… pues se gastaba rápidamente  sobre las duras y esquiladas testas de aquellos pequeños salvajes.

Libros, apenas si se veían tres en la escuela; una misma cartilla servía para todos.

Empujado por la miseria (el “maestro”), había caído allí… como podía haber caído en otra parte.

¿De dónde era el “maestro”? Todos los vecinos lo sabían: de muy lejos, de allá de…

Y enarbolando la caña empezó a repartir sonoros golpes:…… Tan a ciegas iban los golpes, que los demás muchacho se apretaban en los bancos, se encogían, escondiendo cada cual la cabeza en el hombro del vecino; y a un chiquitín,  asustado por el estrépito de la caña, se le fue el cuerpo.

Formaban los muchachos por parejas, cogidos de la mano…. Y salían de la barraca, besando antes la diestra escamosa de don Joaquín y repitiendo todos de corrido al pasar  junto a él. ¡Usted lo pase bien! ¡Hasta mañana si Dios quiere!…y si mañana sé algo malo, andará la caña suelta como un demonio.

            Desgraciadamente, ésta era la situación de la enseñanza a finales del XIX y principios del XX , en los numerosos lugares en los que el Gobierno  no había podido establecer las correspondientes escuelas con maestros titulados.  

(Mi agradecimiento a Ponciano Collado, nacido en la aldea de Vizcota, por estas memorias escritas, -fiel reflejo de aquella  vida lejana recogida fielmente de las personas que conocieron a los protagonistas, y a Salvador Rubio –profesor de instituto nacido en Alpuente- por habérmelas proporcionado).

El Rodero

En el primer tercio del siglo XIX anduvo por estas tierras  y masías de Alpuente, un personaje que ha pasado a ser leyenda. Todos hemos oído hablar de él y la narración de sus hechos han pasado de boca en boca hasta nuestros días. Me refiero al “Pijetas”, famoso capitán de una cuadrilla de bandoleros que tenía atemorizados a cuantos vivían en nuestras aldeas. Se han contado cosas creíbles e increíbles. Todo lo que sabemos de él ha sido transmitido de   padres a hijos. Nada hay escrito y por eso no es de extrañar que se cuenten cosas curiosísimas como que su caballo portaba las herraduras al revés para despistar en su huida o que tenía un perro al que le había cortado la lengua para que no ladrara. Son  verdaderas anécdotas.  Lo cierto es que anduvo por estas tierras allá por el año de 1835, que era natural de Bejís , que fue aprehendido en los alrededores de Cañadapastores y que no es el que figuraba  en la exposición de fotografía antigua que tuvo lugar en esta Villa en el verano de 2006, con motivo de las fiestas patronales. Pero antes de explicar por qué no es el de la fotografía, describiré lo que se sabe de su captura, gracias a la memoria prodigiosa del tío Ignacio del campo de Arriba, que ha aportado los datos suficientes  para deshacer el equívoco.

            “Alertado el alcalde de la Villa, que entonces era Fabián Cebellán, un vecino de la aldea de  La Carrasca, de que el Pijetas había sido visto por el rento de Pozo Marín, organizó una cuadrilla de vecinos  (por entonces todavía no se había creado la Guardia Civil, esta se creó en 1844) y por sorpresa lo apresaron, al reconocerle en las inmediaciones de dicho rento. Según la tradición lo sorprendieron lavándose y desarmado pues, según cuentan, este tenía escondidas lar armas en un estercolero cercano. Fue uno de los componentes del somatén quien le reconoció y  con gran sorpresa de Pijetas al ser identificado precisamente por quien con anterioridad había sido su compañero cuando cumplía como soldado.  Pijetas no pudo negar su identidad pero si vanagloriarse de que no había calabozo lo suficiente seguro del que él no pudiera evadirse, como lo había hecho en otras ocasiones. Pero todo su valor se vino abajo cuando lo llevaron preso y lo introdujeron en la mazmorra existente en la torre del actual ayuntamiento, a la cual solo se puede acceder  por la parte superior a través  de una trapa y ensogado. Aquí ya se pierde toda noticia, pero es de suponer  que no le iría muy bien ya que  por las aldeas de Alpuente jamás se supo de semejante personaje y supongo que vivirían tranquilos hasta que a principio de siglo XX, por el año 1910 aparece un nuevo bandolero, el “rodero” de El Collado, personaje que acabó siendo capturado por los mismos vecinos de la aldea.

            Para vigilar los pueblos en aquella época y sobre todo en las fiestas, se nombraba un número limitado de vecinos, los “badajeros”, que cuidaban de la vigilancia de la Villa o aldeas durante las mismas. Se apostaban en los alrededores y controlaban todo aquello que pudiera ser sospechoso. Esta “milicias” fueron seguramente las que se encargaron de la captura del famoso bandolero.Como agradecimiento por la captura de Pijetas, las autoridades superiores recompensaron al Alcalde  con un par de mulas  y según la tradición el regalo pudo ser mayor, pues hubo una propuesta de recompensarle con las salinas de Arcos, entonces propiedad del Estado.

Guerras Carlistas y sus consecuencias en Alpuente

Primera guerra  1833 a 1839
Segunda guerra 1847 a 1860
Tercera guerra   1872 a 1876

                          En 1833 la muerte de Fernando VII sin hijos varones creó en España
           graves problemas sucesorios que desembocaron en las llamadas guerras carlistas,
          debido a la abolición de la Ley Sálica promulgada por Felipe V en el año 1705.

                                                      
Fernando VII para que pudiera reina su hija Isabel, única descendiente
       que tenía, derogó esta ley que impedía heredar la Corona a la descendencia femenina
       perjudicando en sus derechos a la sucesión a su hermano D. Carlos Mª Isidro. Los
       conservadores partidarios del príncipe Carlos, tío de la Infanta y hermano del Rey
       se levantaron en armas, sublevándose en varias provincias españolas, dando lugar a
       la primera guerra carlista, que además de ser una lucha dinástica, fue también un  
       enfrentamiento entre dos ideologías opuestas, los partidarios de defender la monarquía
       tradicional frente a la progresiva influencia de los liberales.  En resumen: absolutismo
       contra liberalismo. Esta guerra terminó en 1839 y se desarrolló en las provincias
       Vascongadas, Cataluña, Navarra, Aragón, Castilla y Valencia.
        De esta primera guerra se conserva perfectamente detallada una relación de las
        pérdidas sufridas en los edificios, así del Concejo como particulares, a manos de la
        guarnición del castillo mandada por su gobernador Tomás Samarán.

                                 
Esta relación presentada en 1º de junio de 1841 por el Ayuntamiento
       de Alpuente  ante la Diputación Provincial, exponía las pérdidas sufridas en los 15
       principales edificios y otros,  propiedad de particulares. Es la siguiente:

                                         1.      La Iglesia Parroquial con cuatro campanas, diez retablos de altares,
        el sillón del coro fueron incendiados el 28 de abril de 1840, valorándose la pérdidas
        en 689.000 reales. 
                          2.        La ermita de la Purísima con cinco altares y el órgano y la casa del
       ermitaño, el 25 de abril de 1840.  Valorado en 88.000 reales-
                           3.       Fue derribada la ermita del Calvario el 20 de enero  de 1840,
       valorada en 1.200 reales. (Esta ermita se encontraba en el solar del anterior cementerio,
       hoy parque infantil).
                           4.         La ermita de San Antonio  y una casa contigua sufrió la misma
       suerte el día 21 de enero de 1840, valorados los daños en 20.260 reales. (Esta ermita
       estaba ubicada a continuación del anterior cuartel de la Guardia Civil, en el lugar que
      hoy se encuentra el transformador de Iberdrola)
                           5.          El mismo día fue también destruida del mismo modo, la ermita de
       San Cristóbal, situada en el mirador de la loma del mismo nombre.  Valorada en
       4.500 reales.
                            6. El 20 de abril de 1840, el gobernador también mandó destruir la llamada       casa de la Virgen , a espaldas de la Iglesia Parroquial. Valorada en 3.580 reales.
       (Debía estar situada y adosada a la roca, a la subida del castillo, donde todavía se
        aprecia las escotaduras echas en la piedra para sostener las vigas).
                            7.   Se mandó incendiar la casa Abadía, situada al lado de la iglesia,
       el 1 de abril  de 1840. Valorada en 22.500 reales.
                            8.    En la misma fecha se destruye también la casa del Coadjutor o
        Racionero, valorada en 25.000 reales.
                            9.     El 15 de abril de 1840, la guarnición del castillo incendió la casa del       Cirujano titular
 , situada en la calle Larga. (Tal vez hoy calle La Raga y posible la casa
        situada en la Pl. de don Nicomedes y que antes tenía la entrada principal por calle
        La Raga). Valorada en 58.560 reales.
                         10.      Fue destruida también por efectos de una bomba, durante el sitio
        del castillo, la casa del Médico titular , situada junto a la iglesia. Valorada en
        2.200 reales.  
                         11.      Otra casa en el punto llamado el portalico, la del tabernero de la Villa,
        destruida por la guarnición el 20 de abril de 1840, valorada en 3.500 reales. 
                         12.       El hospital de la Villa lo incendiaron el 15 de abril de 1840, valorando
         las pérdidas en 10.900 reales. (Estaba situado donde es hoy casa del Médico) 
                        13.        La casa destinada a vivir el molinero de la Villa , fue incendiada el 25
         de abril, valorada en 3.280 reales.

                                          14.            El 25 de abril del mismo año, la guarnición inutilizó el horno de pancocer,
         perteneciente a los Propios de la Villa. Valorado en 1.600 reales.
  
                                15.             La destrucción que causó en la Casa Consistorial una bomba
        que cayó durante el mencionado sitio y los defectos que se originaron en todas las
        puertas y archivos del Ayuntamiento, al hacerse fuertes las tropas en dicho edificio,
        todo valorado en 6.240 reales.  

                       Fue tal la devastación que Alpuente sufrió en esta primera guerra carlista,
        que en la Villa, además de los anteriores edificios, fueron incendiadas 46 casas a cuyos
       dueños se les destruyeron también los correspondientes corrales, pajares y derribadas
        las paredes de huertos y cerrados. De todo ello queda relación escrita de los nombres
       de los afectados y de la cuantía que supuso estos daños. Algunas aldeas sufrieron
       también las mismas consecuencias y así queda constancia  en nota parcial que el
      Ayuntamiento de Alpuente presenta a la Diputación Provincial de Valencia
      de todas las pérdidas sufridas (valoradas en reales), y que resumidas se expresa en
      el siguiente cuadro
.    

Aquí está la información representada en una tabla extraída de la imagen:

LugarCasasRealesCorralesRealesCubosRealesPajaresRealesHuertoRealesValoración
Villa4892.728106.94522.9201810.507115.585118.685
Cañadilla718.32074.01021.09023.420
Las Eras1745.328159.2051320145.23960.092
El Chopo23.19021.2204.410
Baldovar720.18541.88031.88023.945
Carrasca713.410469541.39515.500
C. Abajo1224.87081.18011.58052.03029.660
C. Arriba59.034149213929.918
Hortichuela1616616
Berandia38.312231.88010.192
Totales108235.3775124.40744.8205326.249115.585296.438

Esta tabla replica todos los datos relevantes de la imagen.

Apreciamos en este cuadro que las aldeas situadas al norte de la Villa
        (Corcolilla, El Hontanar, El Collado, La Torre, La Canaleja, La Cuevarruz,
      Vizcota, ) no sufren daño alguno y suponemos que habrían disidentes carlistas
      como en las demás. Tal vez la estrategia que siguieron   es la de dar un escarmiento
      en los lugares más cercanos a la Villa, en donde estaban concentrados al abrigo de
      su castillo, y no aventurarse a llevar las represalias a las aldeas más alejadas. 

                     La tercera guerra carlista (1872-1876)  también afectó mucho a Alpuente
          La tercera guerra carlista  se origina después de haber  sido destronada Isabel II,
          cuando las  Cortes eligen como rey a Amadeo de Saboya en 1870, hijo de Victor
         Manuel II de Italia, en detrimento de los pretendidos derechos de Carlos VII,
         nieto de Carlos Mª Isidro. Esta guerra se inició el 18 de diciembre  de 1872, y fue
         una guerra de guerrillas de marcado carácter  rural.
                   Los carlista en esta guerra tenían dominada completamente la llamada zona
        centro a la que pertenecía Alpuente, como parte de la provincia, junto con Teruel,
       Cuenca, Albacete y Guadalajara. En esta zona las tropas carlistas entraban y
        salían en las poblaciones a su antojo, ejecutando acciones de requisa o saqueos o
       simplemente robos, de los que las poblaciones procedían a defenderse como podían,
       sin planes de defensa establecidos y cada una a su manera. Y Alpuente padeció
       como tantas otras las consecuencias de la guerra, con represalias y saqueos.
                Las unidades del Ejercito tuvieran enormes problemas para poder
       perseguir y sorprender a las partidas carlistas que eran mantenidas en las aldeas
       y pueblos donde se surtían tanto de víveres como de personal
.      

              En el verano de 1875 cayó en manos cristinas el Castillo del Collado y sus más
              de 300 defensores carlistas
.  Unos pocos meses más tarde, en febrero de 1876
             concluía la guerra