Relato: «Gaia (II)»

La Doncella Negra entró en la estancia, una amplia sala con iluminación insuficiente. La planta era totalmente circular, jalonada con robustas columnas en lo amplio de su perímetro. Una bóveda que se perdía en la altura estaba coronada por una pequeña estructura central, de cristal, que permitía el paso de la luz lunar, iluminando el centro del lugar.

Nadie, desde el inicio de los Tiempos, había pisado aquel suelo otra vez. Y ahora, cuando la sentencia había sido fijada, Beka volvía a recorrer aquel mismo lugar como hiciera en el principio.

Sus pasos eran lentos, medidos, como si temiera perturbar la paz que guardaba el recinto. Su falda, negra como el azabache, igual que el corsé que llevaba y su larga melena, contrastaba con la palidez de su piel mientras se enredaba entre sus piernas al caminar.

Muchas cosas habían cambiado desde aquel principio. Su cabellera había sido bien distinta a la que ahora lucía. Corta y rubia, como oro bruñido, había ido mutando con el paso del tiempo. Pero los sucesos acaecidos habían contribuido a que ella, tal como era ahora, se encontrara allí.

Por fin, sus pasos la llevaron al mismo centro de la sala, donde en el suelo se dibujaba un intrincado bajo relieve con extraños símbolos. Justo en el punto central del dibujo un hueco permitía depositar un extraño y poderoso objeto.

Beka se arrodilló, provocando que su saya adquiriese volumen, mientras llevaba sus manos al pecho, donde colgaba un amuleto de una rara y ligera piedra. De pronto, la mujer dio un respingo, sobresaltada por un contacto que no esperaba. Se giró hacia el origen de su incertidumbre, buscando la causa de aquella intromisión. Junto a ella, procurándose caricias con el tejido de la combinación, un pequeño felino jugaba con ella. Beka lo acarició, más tranquila ahora.

-Hola viejo amigo -la suavidad de su negro pelaje le produjo un placer que contribuyó a calmarla-. Jamás pensé que esta hora llegara. Pero el juicio ha acabado y el castigo es claro -la mujer negó consternada.

El pequeño gato se quedó mirándola fijamente. Parecía que comprendiese lo que la joven decía y sintiera empatía por ella.

Aunque Beka sabía que todos tenían razón en sus argumentos, también pensaba que la sentencia era desmedida. Pero su naturaleza no le permitía negarse al veredicto establecido, y ahora se encontraba allí para cumplir su cometido.

Descolgó de su blanco cuello el colgante de piedra que llevaba prendido de él. Con lentitud, fue acercándolo hacia el intrincado anagrama y lo depositó en el hueco que quedaba en él, donde encajaba perfectamente. Entonces, inmediatamente después de dejar el objeto, un leve crujido atrajo su atención. Arriba, en lo más alto del techo, la cúpula de cristal empezó a abrir su estructura, dejando que la luz de la luna llena penetrase sin ningún tipo de filtro, e incidió sobre el bajorrelieve, que comenzó a producir un leve fulgor alrededor de sus dibujos. El anagrama comenzó a difuminar sus formas, dejando a la vista un hueco circular. De él surgió una extraña figura de hierro labrado, con los mismos dibujos que antes había en el círculo de piedra. El hierro comenzó a retorcerse formando diferentes símbolos, hasta que, al fin, adquirió la forma de un pedestal. Repentinamente, en su parte alta, una antiguo libro empezó a aparecer en lo alto del atril.

Beka lo abrió y comenzó a pasar sus páginas con cuidado. Sus hojas, delgadas y finas, parecían frágiles al contacto de sus manos, pero no había poder en el mundo suficiente que pudiese destruir aquel manuscrito. Al cabo de unos minutos, la mujer encontró la sección de su interés. Allí, en unas pocas palabras, un conjuro mágico ayudaría a la joven en su quehacer.

Con voz firme, pero en un susurro, la Doncella Negra comenzó a leerlo mientras negaba de nuevo con su cabeza. Cuando acabó, una gota cayó en el centro de una de sus páginas, una lágrima que la mujer no pudo reprimir por lo que acababa de hacer. Inmediatamente después, otra gota más grande cayó en el mismo sitio, borrando la primera, pero esta vez era de lluvia.

Así, una tremenda tempestad se desató en el mundo como consecuencia de la fórmula recitada por la joven. Una enorme tormenta que inundó toda la tierra, barriendo de su faz a todo aquel que estuviera en ella.

• • •

Un rayo de sol incidió sobre el rostro de la Doncella Negra, despertándola. Se había quedado dormida a los pies del atril y la llegada de aquella luz, símbolo del nuevo amanecer, la despabiló. La tormenta hacía mucho que había pasado, por lo que su cometido se había cumplido. Ya no le quedaba nada por hacer allí.

Se levantó del suelo, todavía algo adormilada, y comenzó a caminar hacia la puerta que había utilizado para llegar allí. De pronto, ante ella, se encontró al mismo gato que acariciara anteriormente. El felino la observaba. Esta vez Beka no le prestó atención y se marchó de su lado. Pero al apartarse de él pudo sentir la magia que invadió el lugar, producto de la transformación que estaba teniendo lugar.

-Gaia -llamó el aparecido.

Nadie respondió a la llamada.

-Gaia -repitió al cabo del tiempo.

Y el mismo resultado obtuvo

-Beka -cambió esta vez, esperando mejor respuesta.

Y así sucedió. La Doncella Negra detuvo su avance y se giró hacia el origen de la voz. Frente a ella ya no estaba el gato que dejara atrás, sino un joven, de similar edad a la suya.

-¿Qué quieres? -preguntó molesta la mujer. El acto que acababa de perpetrar no la complacía y esa era su forma de mostrar su desconformidad.

-Un pequeño grupo ha sobrevivido -informó.

La mujer sonrió ante aquellas palabras, pero no dijo nada.

-Sabes bien cual fue la sentencia -continuó el joven-. La extinción total de la especie humana.

La mujer asintió, contenta.

-Y eso hice. Recité el poema y la tormenta de exterminio fue desatada.

-Pero…

-No hay peros. Si han sobrevivido tienen otra oportunidad.

-El juez y los asistentes decidieron…

-¿Cómo me has llamado?

El joven no entendió lo que quería decir, pero aún así respondió.

-Beka -fue su contestación.

La Doncella Negra sonrió, burlona.

-Ese es el apelativo que me he impuesto yo. ¿Cómo me has llamado al principio?

-Gaia -soltó en un lamento el hombre.

-Entonces yo decido en este punto. Los humanos tienen una segunda oportunidad.

Y con aquellas palabras el aparecido se esfumó, dejando a la mujer allí sola.

De pronto, la cabellera de la joven se transformó, tornándose corta y rubia, como en el inicio de los Tiempos.

Y Gaia sonrió.

• • •

«Tributo a Within Temptation»

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La Junta de la ACAA se reúne

La junta de la Asociación de Amigos de Alpuente se reúne hoy con la siguiente orden del día:

Orden del Día Junta SCAA

 

  1. Aprobación del Acta anterior de octubre de 2012
  2. Lectura carta del Vice Presidente
  3. Calendarios 2013: balance de ventas, resultados y propuestas
  4. Revista: Organigrama, balance y nº de ejemplares
  5. Actividades para Pascua
  6. Cuentas: ingresos y gastos
  7. Mantenimiento Página web
  8. Concurso Literario
  9. Ruegos y Preguntas
  10. Ermita: Informe del arquitecto Manuel Ramírez, plan de rehabilitación, objetivos y financiación

Como podéis ver en el último punto don Manuel Ramírez, aquitecto que ha realizado un informe sobre el estado actual de la ermita de la Purísima de las Eras procederá a informar a la junta sobre su trabajo.

Os mantendremos informados del resultado de la reunión

 

 

Pijetas, el Robin Hood de La Serranía

Reproducimos hoy el artículo publicado en Diciembre de 2009, en el nº 2 de La Taifa de Alpuente, escrito por Amparo Rico Beltrán, sobre el famoso y mítico personaje de «el Pijetas»

PIJETAS, EL ROBIN HOOD DE LA SERRANÍA

Por Amparo Rico Beltrán.

 

“Yo no me acuerdo más que de cuatro cosas que mis abuelos me han dicho”.

Yo entonces aún no lo sabía, pero ésta iba a ser la frase más repetida en todos aquéllos a quienes tuve el honor de encuestar, o mejor dicho, a quienes tuve el honor -y el placer- de escuchar durante todos mis años de investigadora de la tradición oral. Pero esta frase, no por ser más repetida se convirtió jamás en verdadera. Los hombres y mujeres que compartieron conmigo su sabiduría a lo largo que aquellos ocho años recordaban siempre mucho más que “cuatro cosas” y sus recuerdos tienen un valor inconmensurable por ser herencia recibida generación tras generación, pulida con el paso de los años y bruñida con la tradicionalidad; por ofrecernos, a los acelerados oyentes de finales de siglo XX y principios del XXI, una joya que, envuelta en humildad, contiene los modos de ver, comprender y sobrevivir en el mundo que fueron útiles a todos los que nos antecedieron en él y que nos ayuda a comprender quiénes somos y por qué hoy actuamos, vivimos y sobrevivimos de la manera en que lo hacemos.

Esa frase tan humilde y, quizá, en principio, desalentadora, la escuché por vez primera en labios del tío Pablo, en la Cuevarruz, un siete de septiembre de 1998. Menos mal que no le creí. Estuve escuchándole durante horas todos los lunes hasta el 2 de noviembre de aquel año y siempre me sorprendía con nuevas historias, coplas, dichos o romances. Incluso hoy, cuando vuelvo a escuchar aquellas cintas, sigo aprendiendo de él. No recuerdo bien cómo llegué hasta el tío Pablo. Alguien me lo recomendó. Qué vio él en mí para perder su tiempo contando historias a una novata que apenas sabía nada de su mundo, sigue siendo un misterio para mí. La cuestión es que aquel hombre, cuyos ojos vivarachos y amables desdecían a un rostro surcado por los rastros de una vida dura y extensa (tenía por aquel entonces 82 años), lunes tras lunes me recibía con una sonrisa y miles de historias que contar. Era una enciclopedia de la tradicionalidad el tío Pablo, habría hecho las delicias de cualquier antropólogo experimentado y, en cambio, se topó conmigo: una aprendiz con una grabadora y una encuesta, ávida de encontrar respuestas e historias, que hoy quiere darle las gracias por ese tiempo y por esa herencia generosamente transmitida, devolviendo parte -fue tanto lo transmitido que necesariamente hemos tenido que seleccionar el material para la redacción de este artículo- de ese saber tradicional de la única manera que puede hacerlo, colocándolo en su lugar y dándole el valor que años de desprestigio fueron robándole. Y es que la cultura oral, paralela siempre a la cultura escrita, la oficial, fue mirada desde antiguo, precisamente por aquéllos que tuvieron acceso a esta última, como la hermana pobre, la cultura de los desfavorecidos socialmente. Y el prestigio social y económico de quienes poseían la cultura escrita acabó trasladándose a la cultura en sí, que se impuso como oficial, verdadera y digna de respeto frente al saber popular (ya ni siquiera el nombre de cultura merecía) que aquellas gentes incultas se empecinaban en transmitir pese al desprecio creciente de las gentes letradas que lo denominaba “cuentos de viejas”. Sin embargo, y a pesar de todo, el saber popular seguía vivo, oculto muchas veces para los ojos de los forasteros en aquel mundo que se había refugiado en lo rural, hasta que un día, algunos de esos ojos letrados, se detuvieron a mirar más allá de lo escrito y descubrieron un mundo sabio, rico y, sobre todo, vivo, cambiante pero continuo; un saber que traspasaba fronteras dando muestras de universalidad a la vez que descubría todo un entramado de saberes locales, de saberes temporales y atemporales. Y por fin, el saber popular volvió a tener el estatus de cultura y se denominó cultura tradicional para poder expresar en una sola palabra todo el complejo entramado que comprende.

Y así, regreso a la Cuevarruz y a la Almeza (pues allí se trasladó un día y allí prosiguieron nuestros encuentros) de 1998 para ofrecer mi humilde homenaje al tío Pablo, quien se merece mucho más que esto.

Durante las primeras encuestas necesitamos la ayuda de su esposa que, sentada a su lado y abandonando sus tareas nos servía de intérprete, ya que el tío Pablo padecía de sordera y los que me conocen saben que hablo muy bajito y la timidez me impide elevar el tono de voz. Sin embargo, al poco, descubrí que su sordera era, como tantas otras, selectiva, y un día comenzó a contestarme sin esperar la repetición de su esposa. Supongo que ella agradeció no ser necesaria y comenzó a ausentarse durante las entrevistas para hacer la comida u otras tareas domésticas. Y es que con el tiempo aprendí que para las mujeres las mañanas están tan llenas de quehaceres que no es momento para importunarlas con preguntas sobre viejas historias. De manera que también quiero agradecer en estas líneas la generosidad de su esposa que sacrificó su tiempo para ayudarme.

Así pues, durante aquellos meses, el tío Pablo me habló de tradiciones antiguas, me explicó la toponimia de la comarca, me contó cuentos e historias que tenía por verdaderas, me cantó coplas, me recitó romances… y hasta me mostró una sabina. De todo aquel material grabado he escogido para este artículo la historia de Pijetas porque la tradición oral universal está plagada de personajes como éste: ladrones que robaban a los ricos y repartían lo robado con los pobres en una especie de búsqueda de justicia compensatoria en este mundo y que, a menudo, acababan sus días como lo hizo el tal Pijetas. De modo que he aquí una muestra de la universalidad de la que hablaba antes que, a menudo, como en esta ocasión, se mezcla con el localismo para ofrecernos una historia que, cual leyenda urbana, da tintes de realidad a una historia mítica para transformarla -o al menos intentarlo- en una historia que, traspasando los límites de la verosimilitud, pretende ser creída por los oyentes como realmente ocurrida.

Transcribiré, en primer lugar la historia, tal y como me la contó el tío Pablo el siete de septiembre de 1998, para luego pasar a analizar los puntos más relevantes:

 

“Allí, en Cañapastores, pillaron un ladrón. Y al pillar ese ladrón, lo pregonaron por… todo que el que lo cogiese que le darían un algo. Y fue… iban las rondas del gobierno detrás de él y ya vieron que allí en Cañapastores se quedaron unas masías (casas así sueltas como casas de rento) y vieron que se

metía hacia la masía aquélla (que había entonces mucho monte y mucho de eso por allí). Y se metió allí a la masía y el amo pues lo sabía, lo conoció, claro, que lo conocía y ya va, y ellos con él y todo eso. Cuando le pareció al hombre aquel ladrón, se salió fuera a la calle a hacer sus necesidades, que era de noche. Y el amo lo vigiló y haciendo sus necesidades le agarró de una trena que llevaba atrás y entonces dice:

-¡Auxilio, que sí que es!

Y en eso le dice:

-¡Ye! ¿Que me conoces?

Dice:

-Sí.

Dice

-Pues yo a tú también.

Habían sido compañeros en la mili. Fíjate esas casualidades.

En eso, pues ya acudieron todos y había ahí un cura que subía a hacer misa allí en una iglesia que tenía la finca ésa. Y el cura cogió un arma de las que tenían allí ellos en la eso y dice:

-El que se menee…

No dejó moverse a nadie. Y en eso la ronda del gobierno que ya rodaba la casa, que estaban por allí, lo cogió, vamos, lo cogieron y ya se hicieron cargo de él.

Y luego, le dieron horca en Chelva. Y llevaron las familias y dijeron que los padres de familia, por favor, que llevaran los hijos allí, pa que viesen que el que robaba, el que era ladrón, se había de ver en una vergüenza allí.

Pidió que le dejasen hablar y lo dejaron. Y dijo que su madre tenía la culpa que se viera en aquella cruz, vamos, en aquella vergüenza, dice “porque robí un huevo a una vecina y se le di a mi madre y ¿d’ande l’has sacao? dice, del corral de Afulana, ya pues si puedes traer más, traes.”

Claro, si su madre le hubiera castigado, no hubiera hecho más aquello. Pero como no lo castigó, ni nada, pues fue llevando, hasta que pilló fuerzas de ladrón y…

Aquel hombre tenía eso, que robaba a los ricos, a los pobres dice que no, porque se encontró con un chico una vez que iba a la compra y le dijo:-¿Q’ande vas, niño?

Y dice:

-A comprar… -no sé, amos, que bajaba ande está la aldea de Alpuente a comprar-, a comprar, a comprar tal cosa. -Dice-, Pero me ha dicho mi madre que no lo dijera que si no, me quitaría los dineros Pijetas.

Y era él el que le estaba preguntando, y dice:

-¡Toma! -se echó mano al bolsillo- ¡Toma! Dile a tu madre que Pijetas no roba a los pobres, roba a los ricos.

 

Y aún le dio dinero él.

Pijetas, yo no sé si es que le decían de… alcuña o… no sé yo, si Pijetas porque sería de apellido… Que se quedó grabao Pijetas y todas esas cosas, sí.”

 

La historia narrada tiene en sí misma suficientes cuestiones que podrían ser objeto de estudio tanto desde el punto de vista lingüístico como literario o sociológico, pero nos detendremos únicamente en el análisis del texto como perteneciente a una tradición universal.

Parece documentada la existencia de un bandolero, famoso en la comarca de La Serranía, llamado o apodado el Pijetas que recorrió estas tierras, atemorizando a su gente, durante la primera mitad del siglo XIX. Podemos encontrar un relato prácticamente igual a la primera parte del que aquí ofrecemos y que narra el fin del bandolero, en http://rcrochina.iespana.es, contado por el tío Ignacio de Campo de Arriba. De cualquier forma, la existencia o no de tal bandolero no es lo que nos parece relevante, sino que, en este caso, la historia narrada, y el mismo personaje, en un momento determinado, trascienden su carácter local para, con tintes míticos, encuadrarse dentro de un género universal (el de los ladrones generosos) y convertirse en un héroe inspirado en el arquetipo de Robin Hood cuyas aventuras podemos encontrar de forma más o menos parecida en otras tradiciones y con otros protagonistas. Por ejemplo, las vendedoras rianxeiras de pescado también temían encontrarse con Xan Quinto a pesar de la fama de éste y de las historias que circulaban sobre la devolución con creces de lo robado a los pobres.

 

El arquetipo que hemos dado en llamar Robin Hood como emblema de los ladrones de ricos por ser, quizá y gracias al cine, el más conocido, entronca con una antiquísima tradición de ladrones que, en el imaginario popular, han contado con cierta simpatía y comprensión. Precisamente por el hecho de que sus fechorías se dirigen contra el orden establecido, contra aquellos que lo poseen todo, nada tienen que temer los que nada tienen. Y son ellos, los desposeídos, quienes, perdonando o justificando sus actos e incluso adjudicándoles hazañas o acciones nobles, los que han encumbrado al ladrón, convertido en personaje, a la altura del mito. Porque toda cultura necesita de mitos y estos perseguidos por el poder tienen en sí mismos el germen del héroe mitológico ya que fácilmente se identifican con los defensores de los oprimidos, con aquéllos que devuelven la riqueza a quienes jamás debieron perderla en manos de los poderosos. ¿Por qué si no iban éstos a perseguirlos con tanta saña y a empeñarse en que tuvieran una muerte ejemplarizante?

 

Así pues, personajes del tipo al que pertenece Pijetas los encontramos desde antiguo y en cualquier parte del mundo, si bien es cierto que el género proliferó en el siglo XIX.

A modo de ejemplo, citaremos entre las fuentes de las que beben aquellos bandoleros legendarios de hace dos siglos a Alí Babá quien robó a los bandidos que atemorizaban a la población y fue generoso con sus vecinos compartiendo su riqueza, o al mismo Dimas, el buen ladrón que, según el texto apócrifo de José de Arimatea, atacaba a los ricos, pero a los pobres los favorecía.

Más adelante, ya en el siglo XIV, encontramos la leyenda de Robin Hood, personaje que la literatura y el cine han universalizado, entre cuyas acciones se encontraba también, la de robar a los ricos para repartir con los pobres y cuyo final menos divulgado es bastante similar al de nuestro Pijetas.

La tradición oral andina recoge la leyenda de Chiru Chiru o de Nina Nina, que habla de un personaje similar al que nos ocupa y al que sitúan en el siglo XVII.

Y ya en el siglo XIX, hallamos el boom del género y proliferan los ladrones, ahora llamados bandoleros, en cualquier parte del mundo, desde los míticos El Zorro mejicano, o los españoles Curro Jiménez o El Pernales, hasta los héroes locales como Chucho el Roto (también mejicano), Juanón el Grande (de Bretó, en la provincia de Zamora), Xan Quinto (en Galicia) y nuestro Pijetas (de La Serranía valenciana).

La desaparición de los bandoleros no ha supuesto, sin embargo, la desaparición del género. En los Altos de Culiacán (Méjico) se venera como santo de los narcos a Jesús Malverde, un personaje que vivió a principios de siglo XX y cuyas hazañas son muy similares a las de todos los personajes citados.

Otra cuestión común al género que estamos analizando es su estilo que entremezcla realidad y ficción con una mano maestra capaz de hacer pasar la leyenda por realidad, apuntando fechas, situando topográficamente los hechos, anotando comentarios históricos que dan visos de verosimilitud, pero que, en última instancia, y como podemos observar en el texto del tío Pablo, se deja llevar por la riqueza expresiva de la propia historia, tiñéndolo todo con matices legendarios que universalizan el tema y lo enlazan con la tradición ancestral.

Éste es el valor de la joya que me transmitió el tío Pablo, y que sólo gentes privilegiadas como él son capaces de percibir, mantener y donar: el ser capaces de conjugar pasado y presente, realidad y ficción, historia y leyenda en un único texto vivo y cambiante. En esto consiste la tradicionalización, la cultura tradicional y reconocerlo es devolver a quienes la poseen al lugar que les corresponde.

La sal del Javalambre

Compartimos una interesante noticia sobre el vecino municipio de Arcos de las Salinas, publicado por Vicente Lladró en Las Provincias.

Tienen un proyecto en mente en el que quieren restaurar las salinas del S.XII y que fueron propiedad directa del rey Jaime I. Junto a la puesta en valor de las salinas, quieren abrir un centro astronómico en un monte cercano.

La idea es dar a conocer el municipio, ampliar la oferta turística y complementarla, como indica en el artículo, ya han llegado a un acuerdo con nuestro pueblo, Alpuente, para combinar la oferta turística de ambos municipios.

Es una idea interesante que puede ser beneficiosa para Arcos y para Alpuente.

http://www.lasprovincias.es/v/20130112/valencia/javalambre-20130112.html

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Alpuente celebra el día de su patrón

Se celebró en Alpuente la tradicional festividad de San Blás, patrón de Alpuente, médico, obispo y mártir. La noche anterior los festeros organizaron un acto lúdico en la Casa de la Cultura al que asistieron numerosos vecinos.

El domingo amaneció un día radiante, luminoso pero con fuertes rachas de viento frío del norte. Se podía ver la Sierra de Javalambre nevada.  A las doce se celebró la Santa Misa en honor del Santo oficiada por don Antonio, don Marcelino y don Abel, antiguo párroco de Alpuente recién llegado de su viaje apostólico a Perú.

La Iglesia se encontraba abarrotada de numerosos feligreses así como de buena parte de la corporación local presidida por nuestra alcaldesa doña Amparo Rodríguez.  Después de la misa don Abel  dirigió unas cariñosas palabras a sus antiguos feligreses. Se bendijeron las naranajas y después de la misa se procedió a sacar al santo por las calles de la villa con redoble de campanas.

Finalmente se procedió al tradicional ritual del beso a la reliquia del santo y pase por la garganta para evitar males de dicha zona.

Por la tarde se impartirá una conferencia en los locales del nuevo ayuntamiento sobre “Los altares astronómicos de Alpuente”

San Blas 2013

El próximo domingo día 3 de febrero se celebra en nuestro municipio la festividad del patrón San Blas. Como viene siendo habitual se realizarán los siguientes actos festivos y religiosos.

2 de febrero

  • Hogueras en las plazas
  • Verbena en la Casa de la Cultura, organizada por los festeros.

3 de febrero

  • 12h. Misa mayor cantada: en la que se bendecirán las naranjas, además de las cestas que lleven los vecinos. También se pasará la reliquia de San Blas por la garganta. A la salida de la misa, los concejales repartirán las naranjas bendecidas en la puerta.
  • A continuación de la misa, será la Procesión con San Blas por las calles de la Villa.

 

JUEGOS TRADICIONALES: LAS BIRLAS

Uno  de los  juegos que recuerdo de mi niñez en Alpuente es el de las Birlas.

Entre los años 1960 a 1975 jugaban los chavales mayores y también los adultos, ocasionalmente en la plaza o en el trinquete del pueblo, y en las aldeas, las mañanas de domingo y también al atardecer, entre semana, (no recuerdo ver  chicas  ni mujeres jugando).

Las birlas es otro  de los juegos que con el paso de los años ha caído en el olvido.

Me cuentan  Ramiro Rochina  e  Isidoro de Campo de Abajo que cuando ellos eran jóvenes, se hacían corros en torno  a las partidas, no solo para ver el juego, sino también para hacer apuestas.

Los buenos  tiradores  apostaban  contra  la gente del corro que quería participar, de forma que quien quería apostar  dejaba caer una  o varias monedas  al suelo, y una vez se cerraba la apuesta, comenzaba la partida. Si el jugador hacia “BUENA”, es decir, dejaba plantada solo una de las seis birlas, en las tres tiradas con los birlos o mochos, ganaba y recogía las monedas; en caso contrario, tenía que dejar caer una moneda idéntica  a la apostada por cada jugador.

El Juego es sencillo, de puntería o destreza, y consiste en derribar cinco de las seis birlas que se plantan a una distancia de unos 14 metros, mediante tres mochos con forma ovalada.

Tanto las birlas como los mochos estaban hechos a mano o por el carpintero, con madera de Carrasca, que es dura y resiste los golpes.

La Sociedad Cultural con el ánimo de recuperar este y otros juegos tradicionales de nuestro pueblo, compró un juego de Birlas, que se utilizó el día 13 de Agosto de 2009, con los quintos y los niños y mayores que participaron en los juegos, y posteriormente por unos cuantos socios y simpatizantes en el polideportivo  de Alpuente.

Este juego, antes muy extendido por todo el territorio valenciano, tiene distintas peculiaridades en cada pueblo o comarca, que vale la pena descubrir: (Forma, tamaño y material de las birlas y los mochos, forma de plantarlas, de  jugar, etc.).

Actualmente las birlas es uno de los juegos que se está recuperando gracias al esfuerzo de la Federació Valenciana de Jocs i Esports Tradicionals, que organiza actividades y campeonatos por toda la Comunitat, y de la “escola autonómica de jocs tradicionals” que dirige Ángel Gómez.

En los veranos de 2011 y 2012, la asociación ha organizado sendos campeonatos de birlas en el polideportivo, con notable éxito de participantes, parece que se va creando afición por este juego entre los jóvenes y mayores.

Actualmente contamos con 2 juegos de birlas que están a disposición de los socios y simpatizantes, para su uso en Julio y Agosto, en la piscina del polideportivo de Alpuente.

En las fotos vemos un aspecto de las partidas de birlas del campeonato de 2012 y los tres ganadores:  Paco,  Jaime Serrano y Salvador.

 

Revista La Taifa de Alpuente y las aldeas. Nº 8

Está a punto de salir de imprenta el número 8 de la revista.

Próximamente la recibiréis en casa los asociados.

Os pedimos disculpas por el retraso pero creo que valdrá la pena esperar.

En éste número veréis cambios en el diseño de las páginas interiores, ya que Elías Debón se ha encargado de la maquetación. Espero que os guste tanto como su contenido.

Os adelanto la editorial, y más adelante  iremos incluyendo  otros  artículos en la web.

EDITORIAL                                                                                Salvador  Rubio  Cubel

Un cordial saludo  a  los lectores.

 Termina 2012, pero en contra de todas las profecías de Nostradamus, Los Mayas, los Testigos de Jehová, etc.,  el mundo no se termina, las personas seguimos aquí, y llega el 2013, que ya está a la vuelta de la esquina.

La vida en nuestras ciudades y pueblos continúa, las situaciones de cada persona y de cada familia, cambian, y en los últimos años, especialmente desde que se inició  la crisis en 2008, por la burbuja inmobiliaria, o por otras circunstancias, para la  mayoría de ciudadanos,  empeora.

 

No hay más que   dar un vistazo a las noticias: El Paro creciendo, la corrupción y mal uso del dinero de nuestros impuestos por  parte de no pocos políticos que nos gobiernan,  la  subida de impuestos, los desahucios,  los recortes en sanidad, investigación, educación, prestaciones a desempleados  y discapacitados,  la reforma  laboral, las tasas judiciales, las posibles privatizaciones en sanidad y educación, las “ayudas económicas” a las cajas y bancos “nacionalizados”, …, estamos contemplando cómo  cambia todo.

Como ciudadanos, no podemos  ignorar esta realidad, ni mirar hacia otro  lado,  nuestra responsabilidad   es   ser conscientes de lo que pasa  y tratar de  cambiar  aquello que  no nos gusta, o que creemos injusto, en la medida de nuestras posibilidades. La democracia  no consiste  solo  en votar cada cuatro años. A quienes legislan y nos gobiernan, hemos de exigirles como mínimo honradez, transparencia y justicia. Nuestra  asociación  no tiene  color ni acepción política, pero sí democrática, por ello no debe  permanecer  ajena  a  la realidad   social  que  nos toca  vivir.

Estamos creciendo en número de asociados, pero debemos exigirnos más en participación, la última asamblea de agosto tuvo una baja  asistencia de socios. Hemos de ser conscientes de que la asociación somos todos y en la asamblea tenemos la oportunidad de  valorar el esfuerzo de la junta durante todo el año, opinando o sugiriendo  cambios y mejoras en las actividades realizadas.

Esta revista  es  también un medio  que  podemos  y debemos aprovechar para expresar nuestras opiniones o valoraciones sobre la asociación y sobre los acontecimientos de actualidad,  que  nos afectan  en el ámbito de  nuestra vida diaria en nuestros  pueblos, aldeas  o  comarcas  o  como ciudadanos en general de este planeta que habitamos. Os animamos  una vez más  a  utilizarla, a  enviarnos  vuestros artículos, opiniones  relatos, entrevistas, etc.,  para que sea útil y  pueda seguir  existiendo.

Seamos  positivos,  valoremos  lo bueno  de  estas  fechas  navideñas,  y  tratemos de  pasarlo  lo mejor  posible.

Feliz  Navidad  y  mejor  2013.

Relato: El Dilema

Os ofrecemos un relato corto de nuestro vecino y asociado Manuel Pérez Recio, escritor de varios libros y colaborador  habitual en nuestra revista «La Taifa de Alpuente». Recomendamos visitar su blog.

 

 

 

 

 

 

EL DILEMA                                                                                        por Manuel Pérez Recio

www.neloescribe.blogspot.com
–Menuda troná, padre. Parecía que San Pedro estuviera moviendo los muebles.
–El tiempo está loco, zagal. Que uno ya no sabe cuándo acaba el invierno. Igual te afloran los almendros que a la semana cae una helada y todo se va al carajo. Aunque esto ya se veía venir: lo del cambio climático ése, digo. Tanta contaminación y tanta puñeta… Más valdría que se ocuparan de cuidar el monte, que no se puede ni caminar.
–Es que ya casi no quedan animales que se coman las malas hierbas. Y después de los incendios, las aliagas crecen a sus anchas.
–Y los pocos que hay los matan. ¡Pues no hace que no he visto una liebre o un jabalí rondando por los aledaños!… Porque para acabar con ellos no hace falta pegarles un tiro, basta con meter una carretera de por medio. Al menos, antes aún iban a la cazuela. Que ahora, a los de ciudad les da reparo acercarse a ellos por no mancharse las manos de sangre; ni siquiera paran el coche a ver que han pillao… Cualquier día enganchan a una persona, con un todo-terreno de esos que nunca han pisado un charco, y se piensan que ha sido un perro.
–No diga eso, padre. Habrá de todo.

–¡Bueno! ¡Menuda escalera, eh! En fin, ya hemos llegado. ¿Tienes la llave?
–Claro. Tome.
–Ni sé cuánto hace que no subía al campanario. A ver… Ya. ¡Uf! Se está fresco aquí arriba.
–Vaya que sí. Pero hay buena vista, eso sí. Mire ese granizo. Parecen huevos de gallina.
Con ese tamaño te descalabran fácil.
–Seguro que también ha roto alguna teja. Menos mal que no hace aire. Vamos a echar un ojo.
–Yo miraré por aquí, y así vigilo la canal. ¿Le parece?

–Lástima de pueblo, la mitad de casas abandonadas. Acabará siendo todo escombros y maleza; tiempo al tiempo…
–No sea pesimista, que ahora cuando se ponga de moda lo del turismo rural vendrá mucha más gente.
–Ya nada es lo que era, zagal. De casi doscientas personas hemos pasado en menos de diez años a poco más de una docena, la mayoría viejos achacosos con un pie aquí y otro allá.
Eso sí, de siempre bien avenidos y todos a una. Para que luego vengan de fuera a decir que los de pueblo somos unos paletos incivilizados.
–Yo nunca he oído que nadie dijera eso de nosotros, padre.
–¿No?… Igual también tú debieras marchar un tiempo a la ciudad, a buscar un trabajo en las fábricas, y ver algo de mundo. Aquí no tienes futuro… Puede que tu madre, que en paz descanse la pobre mujer, aún tuviera razón en eso.
–Pero es que a mí no se me ha perdido nada allí.
–¡Que ya va siendo hora de que te busques una buena mujer, leñe! ¡Y me des algún nieto! Yo a tu edad… ¡Mira a tu hermana!
–¿La Herminia?
–¿Qué tienes más hermanas?
–No… claro. Pero tampoco crea que todo son alegrías. La gente sufre mucho de estrés. Y muere joven. No hablan entre ellos, van palante, palante como los burros. Además, la vida está muy cara: se paga hasta por respirar o cruzar la calle. Nada que ver con la tranquilidad que tenemos aquí.
–Tres churumbeles y un marido que trabaja en la Administración.
–¡Bah! Malcriados. Y el panoli del Eduardo, que siempre viene encorbatado y no para de hablar de sí mismo, mirándonos por encima del hombro como si fuera un ministro o yo qué sé.
–Je, je… Ahí no te quito la razón. Ése tiene un revés que… Anda, pásame el gancho que voy a retirarla.
–Cuidado, padre, con la campana, no se me vaya a golpear la cabeza. Que ya no está usted para estos trotes. Y póngase bien la boina que se le va a caer.
–¡Leñe, para ya! Habrá que sacar la cigüeña de ahí, ¿no? O en un par de días se llenará de gusanos.
–¿Quién le mandaría meterse a sacristán?… ¡Si usted es más rojo que las amapolas!
–Algo tengo que hacer, digo yo. Desde que me quitaron el carné, ya no puedo coger el tractor para ir a labrar. Y el campo, tú ya sabes, queda muy lejos para ir andando. Así que, por lo menos, tengo controlado al cura para que no se me desmadre con la feligresía.
–Ale, agarre el animal y vayámonos, que es un poco tarde.
–Uf… Cómo pesa la jodía.
–Espere, que le ayudo.
–¡Pero!… ¿Qué diantres!
–¿Qué sucede?
–¿Has visto eso, zagal?…
–¡Sí! ¡Están vivos! Los polluelos están vivos, padre. Y parecen hambrientos.
–La pobre pudo refugiarse bajo el techado del campanario, pero aguantó el granizo como una jabata para salvar a sus crías. Lo que es el instinto animal, oye.
–Lo ve, como no me puedo marchar.
–Abelino, que te veo venir.
–Alguien tendrá que cuidarlos. Y yo a usted no le veo de niñera.
–¡Ah…! Diablos… La… madre que me…
–¿Le ocurre algo, padre?
–No… No. Nada… Ya se me pasa. Un ahogo, no más. Cosas de la edad, ¿qué quieres, a mis años? Anda, agarra tú a los animalicos. Luego les haremos un sitio en el corral… ¡Y no me mires con esos ojos de cordero degollao, rediez, que no ha sido na! Pues no me queda aún ….
–¿Lucía?
–¡Abel!… Qué casualidad, te iba a llamar ahora. ¿Cómo estás?
–Bien. Por aquí andamos, salvando el Planeta. Verás, lo he estado pensando y…
–¿Le has contado lo nuestro?
–No. No he encontrado el momento adecuado.
–¿Cómo?… ¿Por qué me haces esto? ¿Es que no me quieres lo suficiente?
–No es eso, cariño. Claro que te quiero.
–¿Qué es entonces?
–Pues que me voy a quedar un tiempo más en el pueblo. No puedo marchar ahora. Mi padre está mayor y…
–Pero, ¿y qué hay de nuestros planes!… Ya lo habíamos hablado. ¡No podemos estar viéndonos sólo los fines de semana! Tenemos sitio para tu padre. El piso no es muy amplio pero nos apañaremos. Además, el comedor tiene vistas al parque de enfrente y al aparcamiento del súper. Se distraerá viendo pasar a la gente y los coches.
–No es suficiente, Lucía. Él no…
–Pues no voy a estar esperando eternamente, ¿sabes?
–No tienes por qué hacerlo. Siempre tenemos “la otra opción”.
–¡De eso nada! Yo no me mudo a un pueblucho, lleno de vejestorios, a tres cuartos de hora de la civilización. Si al menos estuviera en la periferia…
–Sé que no vas a entenderlo, así que no te daré más explicaciones: un año, es todo lo que te pido. Luego, si Dios quiere, buscaremos una solución para mi padre e iremos a vivir a la ciudad, o donde tú quieras.
–Abel, perdona, pero he de dejarte, es que tengo la comida al fuego. Si te parece, ya hablamos esta noche más tranquilos, ¿vale?… Ah, y una cosa más: este sábado no podemos quedar, que tengo merienda con unas antiguas amigas del instituto. Hace tiempo que no nos vemos y quizá se nos alargue la tarde. Se me olvidó decírtelo.
–No pasa nada, lo comprendo.
–Entonces hasta luego, Abel. Después te llamo. Un beso.
–Adiós, Lucia, adiós. Un beso muy grande. (Clic) …¿Sabes? Es extraño, pero te quiero. Y  tardaré en olvidarte. Pero espero, sinceramente, que seas muy feliz.

Manuel Pérez  Recio