La Doncella Negra entró en la estancia, una amplia sala con iluminación insuficiente. La planta era totalmente circular, jalonada con robustas columnas en lo amplio de su perímetro. Una bóveda que se perdía en la altura estaba coronada por una pequeña estructura central, de cristal, que permitía el paso de la luz lunar, iluminando el centro del lugar.
Nadie, desde el inicio de los Tiempos, había pisado aquel suelo otra vez. Y ahora, cuando la sentencia había sido fijada, Beka volvía a recorrer aquel mismo lugar como hiciera en el principio.
Sus pasos eran lentos, medidos, como si temiera perturbar la paz que guardaba el recinto. Su falda, negra como el azabache, igual que el corsé que llevaba y su larga melena, contrastaba con la palidez de su piel mientras se enredaba entre sus piernas al caminar.
Muchas cosas habían cambiado desde aquel principio. Su cabellera había sido bien distinta a la que ahora lucía. Corta y rubia, como oro bruñido, había ido mutando con el paso del tiempo. Pero los sucesos acaecidos habían contribuido a que ella, tal como era ahora, se encontrara allí.
Por fin, sus pasos la llevaron al mismo centro de la sala, donde en el suelo se dibujaba un intrincado bajo relieve con extraños símbolos. Justo en el punto central del dibujo un hueco permitía depositar un extraño y poderoso objeto.
Beka se arrodilló, provocando que su saya adquiriese volumen, mientras llevaba sus manos al pecho, donde colgaba un amuleto de una rara y ligera piedra. De pronto, la mujer dio un respingo, sobresaltada por un contacto que no esperaba. Se giró hacia el origen de su incertidumbre, buscando la causa de aquella intromisión. Junto a ella, procurándose caricias con el tejido de la combinación, un pequeño felino jugaba con ella. Beka lo acarició, más tranquila ahora.
-Hola viejo amigo -la suavidad de su negro pelaje le produjo un placer que contribuyó a calmarla-. Jamás pensé que esta hora llegara. Pero el juicio ha acabado y el castigo es claro -la mujer negó consternada.
El pequeño gato se quedó mirándola fijamente. Parecía que comprendiese lo que la joven decía y sintiera empatía por ella.
Aunque Beka sabía que todos tenían razón en sus argumentos, también pensaba que la sentencia era desmedida. Pero su naturaleza no le permitía negarse al veredicto establecido, y ahora se encontraba allí para cumplir su cometido.
Descolgó de su blanco cuello el colgante de piedra que llevaba prendido de él. Con lentitud, fue acercándolo hacia el intrincado anagrama y lo depositó en el hueco que quedaba en él, donde encajaba perfectamente. Entonces, inmediatamente después de dejar el objeto, un leve crujido atrajo su atención. Arriba, en lo más alto del techo, la cúpula de cristal empezó a abrir su estructura, dejando que la luz de la luna llena penetrase sin ningún tipo de filtro, e incidió sobre el bajorrelieve, que comenzó a producir un leve fulgor alrededor de sus dibujos. El anagrama comenzó a difuminar sus formas, dejando a la vista un hueco circular. De él surgió una extraña figura de hierro labrado, con los mismos dibujos que antes había en el círculo de piedra. El hierro comenzó a retorcerse formando diferentes símbolos, hasta que, al fin, adquirió la forma de un pedestal. Repentinamente, en su parte alta, una antiguo libro empezó a aparecer en lo alto del atril.
Beka lo abrió y comenzó a pasar sus páginas con cuidado. Sus hojas, delgadas y finas, parecían frágiles al contacto de sus manos, pero no había poder en el mundo suficiente que pudiese destruir aquel manuscrito. Al cabo de unos minutos, la mujer encontró la sección de su interés. Allí, en unas pocas palabras, un conjuro mágico ayudaría a la joven en su quehacer.
Con voz firme, pero en un susurro, la Doncella Negra comenzó a leerlo mientras negaba de nuevo con su cabeza. Cuando acabó, una gota cayó en el centro de una de sus páginas, una lágrima que la mujer no pudo reprimir por lo que acababa de hacer. Inmediatamente después, otra gota más grande cayó en el mismo sitio, borrando la primera, pero esta vez era de lluvia.
Así, una tremenda tempestad se desató en el mundo como consecuencia de la fórmula recitada por la joven. Una enorme tormenta que inundó toda la tierra, barriendo de su faz a todo aquel que estuviera en ella.
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Un rayo de sol incidió sobre el rostro de la Doncella Negra, despertándola. Se había quedado dormida a los pies del atril y la llegada de aquella luz, símbolo del nuevo amanecer, la despabiló. La tormenta hacía mucho que había pasado, por lo que su cometido se había cumplido. Ya no le quedaba nada por hacer allí.
Se levantó del suelo, todavía algo adormilada, y comenzó a caminar hacia la puerta que había utilizado para llegar allí. De pronto, ante ella, se encontró al mismo gato que acariciara anteriormente. El felino la observaba. Esta vez Beka no le prestó atención y se marchó de su lado. Pero al apartarse de él pudo sentir la magia que invadió el lugar, producto de la transformación que estaba teniendo lugar.
-Gaia -llamó el aparecido.
Nadie respondió a la llamada.
-Gaia -repitió al cabo del tiempo.
Y el mismo resultado obtuvo
-Beka -cambió esta vez, esperando mejor respuesta.
Y así sucedió. La Doncella Negra detuvo su avance y se giró hacia el origen de la voz. Frente a ella ya no estaba el gato que dejara atrás, sino un joven, de similar edad a la suya.
-¿Qué quieres? -preguntó molesta la mujer. El acto que acababa de perpetrar no la complacía y esa era su forma de mostrar su desconformidad.
-Un pequeño grupo ha sobrevivido -informó.
La mujer sonrió ante aquellas palabras, pero no dijo nada.
-Sabes bien cual fue la sentencia -continuó el joven-. La extinción total de la especie humana.
La mujer asintió, contenta.
-Y eso hice. Recité el poema y la tormenta de exterminio fue desatada.
-Pero…
-No hay peros. Si han sobrevivido tienen otra oportunidad.
-El juez y los asistentes decidieron…
-¿Cómo me has llamado?
El joven no entendió lo que quería decir, pero aún así respondió.
-Beka -fue su contestación.
La Doncella Negra sonrió, burlona.
-Ese es el apelativo que me he impuesto yo. ¿Cómo me has llamado al principio?
-Gaia -soltó en un lamento el hombre.
-Entonces yo decido en este punto. Los humanos tienen una segunda oportunidad.
Y con aquellas palabras el aparecido se esfumó, dejando a la mujer allí sola.
De pronto, la cabellera de la joven se transformó, tornándose corta y rubia, como en el inicio de los Tiempos.
Y Gaia sonrió.
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«Tributo a Within Temptation»